Todo el tiempo encontramos y escribimos «LGBTIQ+» o «LGBTIQA+», sin embargo, las siglas siguen creciendo, toman diferentes formas y a menudo me quedo atrás en su significado.
“Eso no puede quedarse así”, pienso. Me incomoda saber que hay personas con experiencias de vida diferentes de las mías y que, como yo, están buscando visibilidad y reivindicación, sin que yo haga un esfuerzo por conocer sus realidades y apoyarles. Les comparto lo que encontré leyendo y reflexionando sobre el asunto de las siglas, sobre todo de las últimas.
Las tres letras que suelen ir primero son quizás las más conocidas: «L» de lesbiana y «G» de gay, ambas entendidas en general como expresiones de homosexualidad, y «B» de bisexual. Estas identidades se refieren a lo que se conoce comúnmente como orientación sexual, o sea, tenemos que mirar el género de las personas que nos atraen erótica y afectivamente en comparación con el nuestro.
Pensando desde una perspectiva binaria, podemos entender que eres lesbiana o gay si te atraen personas de tu mismo género, que eres bisexual si te atraen tanto hombres como mujeres, o que eres heterosexual si te atraen personas de género opuesto.
En cambio, la «T» no se trata de la orientación sexual, sino que se enfoca directamente en la experiencia de las personas trans, quienes de modo general explican que su identidad de género varía, en diferentes grados, de la que se esperaba que desarrollaran a partir de la apariencia de sus genitales al nacer.
Aquí no estamos hablando de quién te atrae, sino de quién eres. Hablamos de personas que desafían el molde de “si nace con vulva entonces tiene una identidad de género femenina / si nace con pene entonces su identidad de género es masculina”, demostrado en cambio que existe una amplia variedad de experiencias que hacen más adecuada la idea de que “si es una persona, entonces puede configurarse de disímiles modos respecto al género”.
En ocasiones he encontrado que se usa LBTTTIQ+ para enfatizar sobre diferentes vivencias y modos de nombrarse dentro de las transidentidades, como travesti, transexual o transgénero.
La Intersexualidad a la que se refiere la «I» no se trata de la orientación sexual, ni de la identidad de género, sino de que la persona nace con características s xuales que no se ajustan a los moldes binarios de entender el sexo que hemos desarrollado como sociedad.
Estas variaciones de los cuerpos no son bien acogidas por la familia ni por el personal de la salud que las ven como patologías y por eso les imponen a las personas intersexuales procedimientos médicos normalizadores para ajustar sus cuerpos a las expectativas sociales de lo que es un cuerpo de varón y un cuerpo de hembra, dando por sentado, además, que desarrollarán una identidad de género masculina y femenina respectivamente.
Les activistas intersexuales insisten en la validez de sus cuerpos diversos, en la despatologización de las variaciones de las características sexuales, en el respeto a su integridad, en su derecho a que no tomen por elles decisiones para la realización de tratamientos médicos que son a menudo irreversibles, que se llevan a cabo cuando las personas son muy pequeñas para entender lo que sucede e incluso cuando dichas variaciones corporales no implican peligro para la vida.
Por su parte la «Q» habla de lo Queer, una palabra del inglés que significa “raro” y que se usó para ofender a las personas disidentes de las normas de género. Sin embargo, a partir de la década de los 80 en los Estados Unidos, en un contexto de protesta por la discriminación hacia las personas LGBTIQ+, estas personas decidieron apropiarse del término para nombrarse como colectivo y arrebatarle a les homofóbicxs el poder de utilizarlo como un insulto.
En español podemos verla escrita como “queer”, al igual que en inglés, pero también como “cuir” o “kuir”, desde personas o colectivos que validan esta perspectiva a la vez que la articulan desde sus propias cosmovisiones y experiencias de vida.
Entonces, mientras que muchas veces encontramos que el término se usa como una sombrilla para englobar a las personas LGBTIQ+, sobre todo cuando queremos enfatizar en los desafíos que compartimos y su base común más que en las diferencias entre cada colectivo, también se usa para nombrar un área de estudios académicos y como una posición política ante las normas opresivas de género.
En cuanto a la “A”, les confieso que durante algún tiempo me pregunté si era para «aliades» o para «asexuales». La confusión creció luego porque vi personas usándola de ambos modos.
Buscando información aprendí que se refiere a las personas asexuales, y entendí por qué sabía tan poco de ellas, y es que en una cultura donde la música, los libros, las películas, las novelas o los comerciales promueven la atracción sexual como medida del éxito, de lo saludable y hasta de lo humano, quienes no sienten atracción sexual, o la sienten mucho menos, quedan fuera del mapa y dentro de los manuales de trastornos sexuales.
El colectivo asexual está reivindicando su experiencia como válida y sana, por lo que no requiere tratamientos para ser revertida. Explica que la asexualidad no se trata de una patología en sí misma y que demasiadas personas asexuales sufren porque las alosexuales – aquellas que sí experimentan atracción sexual hacia otres–, pretenden encajarles en su concepción hegemónica del mundo y la sexualidad.
Se habla de un “espectro asexual” porque hay una gran diversidad de experiencias y términos para explicar esta realidad. Igual que los colectivos anteriores, las personas asexuales afirman que no se trata de una opción o una elección sino que la entienden como una orientación sexual.
Han recibido muchas críticas por parte de especialistas de la sexología por usar un término que implica que son personas sin sexualidad, pues argumentan que aunque existan diferentes maneras de ser sexuales, siempre lo somos. Sin embargo, este colectivo ha tenido que organizarse y entenderse a sí mismo dentro una cultura súper desfavorable y normativa que les ha relegado a la invisibilidad y lo patológico, así que ahora hay que escucharlo, acompañarlo y apoyarlo. Eso es lo que toca.
Pareciera que la gente diversa somos nosotres, la gente de las siglas infinitas, pero en realidad la heterosexualidad, la cisgeneridad, los cuerpos con características sexuales binarias, la gente “que no es rara”, les alosexuales… son parte de la diversidad sexual, de género, son expresión de la diversidad humana. Lo que sucede es que sus experiencias se han instaurado como las correctas, las sanas, las de la mayoría, las hegemónicas, y entonces las personas LGBTIQ+ aparecemos desdibujando esa rigidez, esa mentira.
El “+” del final de las siglas me encanta. Nunca olvido ponerlo porque para mí es toda una declaración. Las siglas que usa la comunidad tipifican modos de existir que han sido condenados y por tanto han tenido que luchar para reivindicar sus derechos y su dignidad, y para eso no importa cuantas siglas tengamos, vendrán más, las que hagan falta, las que nos gusten… infinitas.
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