¿Qué son estos pensamientos? pensamientos? ¿Qué es este dolor? ¿Qué es este sentimiento que me corroe? ¿Quién soy? ¿Qué ¿Qué soy? ¿Qué es este dolor? ¿Qué es este sentimiento que me corroe? ¿Quién soy? ¿Qué soy? Yo
Por Gabi González Fernández
Esta colección es la recopilación de mi trabajo artístico autorreferencial, que plasma en modo de diario ilustrado mis procesos mentales, mi transición y experimentación durante la cuarentena (2020-2021). Es el reflejo de mis miedos como persona, fue mi vía de escape y sanación durante el que considero el período más oscuro de mi vida, pero a su vez el más necesario para dejar atrás todas las lastras que me habían perseguido a lo largo de los años, pensamientos corrosivos que permeaban y diluían mi espíritu.
En un principio pensaba que eran solo imágenes abstractas sin un sentido más allá de la pura estética y el escapismo artístico que solía hacer. Pero a medida que avanzaba, me fui dando cuenta de que las ideas que se veían representadas en las piezas, eran un llamado de atención de parte de mi subconsciente, una conversación conmigo misma.
Esta colección es un estudio de los orígenes de mi depresión, ansiedad, soledad, vacío, miedo e incomodidad con mi cuerpo, la manifestación de la psique; es la reflexión que tuve como artista y la postura contraria que decidí tomar con respecto a las normas sociales impuestas por la cis-hetero-normatividad. Es ahora un esfuerzo por visibilizar un problema que, como yo, antes, no se quiere ver, es mi forma de brindar perspectiva y ayuda a quienes la vean.

Son las primeras piezas de este mar de ideas, afrontaban pensamientos que me vi en la imperiosa necesidad de indagar y que por más de 2 décadas había ignorado, puro aislamiento físico y mental, en desesperada búsqueda de la total desinhibición de mi alma.

Una vez consciente de que no podía seguir como estaba, hice un recuento de mi vida, un análisis exhaustivo donde repasé todo, desde mis primeros recuerdos. Recapacité acerca de las deformidades de mi cuerpo, mis malestares, mi largo historial de enfermedades y decidí seguir adelante con pensamientos volátiles que siempre habían sido recurrentes; mis limitaciones autoimpuestas o mis deseos constantes de ser diferente, cómo hubiera sido todo si yo fuera otra persona. Empecé a ver nuevas capas de mí y me interesaba seguir. Aunque me hiciera mal, necesitaba llegar a la raíz de todo.

Me vi en el medio de una espiral, me sumí en lo más oscuro y caí en mi peor momento, mi cuerpo tanto como mi mente estaban en un límite, la dualidad de mis pensamientos ahora era tangible, mi miedo a salir de mi zona de confort me asustaba, el hecho de ser un monstruo me atormentaba, me sentía sola, temía al juicio, tenía miedo, necesitaba un cambio, una metamorfosis.

Así que creé un ente nuevo, algo que solo yo con mis habilidades y mi personalidad podía hacer, algo tan raro que asustó a la mayoría de mis amigos, creé a otra persona.
¿Quién es esta Nyra?
Este nuevo avatar, esta nueva yo era a mis ojos perfecta, era el tipo de mujer que me atraía, era yo en la piel que siempre había querido, podía empezar de cero en otra parte, ver e interactuar con mis propios ojos qué se sentía ser una mujer en redes, fue el primer paso para la aceptación de quien soy, las bases para mi identidad y el camino al entendimiento de mi sexualidad.
(En TRASCENDENTAL CONVERSATIONS OF THE SEX LAMPS profundizo más acerca de esta etapa)

Por supuesto, aquella mujer no era yo, pero se sentía como una promesa, como un futuro incierto que en algún momento empezó a pasarme factura, comenzó a hacer más mal que bien como recordatorio constante de mis fantasías y de lo que no pudo ser.

Pero eso no lo era todo, en el punto donde más tuve miedo e inseguridad, redescubrí a todas mis amistades, me ayudaron a sobrepasar ese momento, me brindaron su apoyo, el amor incondicional, vi que no estaba sola, nunca lo estuve, que tenía una comunidad, gente bonita que nunca me iba a dejar, hombros donde llorar, momentos de escape, ayuda incondicional. Aprendí a amarme, siempre me había visto como un cadáver incapaz de sentir, pero ahora me siento renacida, feliz por primera vez verdaderamente, no me avergüenzo, aprendí a ser yo, a confiar, a amar, pero más importante, aprendí a volar.
Soy Gabi González Fernández, nací en febrero de 1998, actualmente diseñadora gráfica y artista. Me considero una persona abstraída y distante; siempre absorta en mis sueños y en constante contradicción con mis pensamientos. Soy muy aplicada, adicta al trabajo, amante de la tranquilidad y seducida por la creación artística como forma de expresión.
En 2020, la cuarentena, el aislamiento, la pérdida de mi computadora de escritorio, mis herramientas de trabajo y la privación del juego como vía de escape, empezaron a hacerme efecto prácticamente enseguida. Quedarme sola con mis pensamientos nunca ha sido una opción que considerara, siempre vi mi mente como un lugar en el que no me gustaba estar. Pero entendí que era un pro- ceso que no podía seguir postergando a pesar de que no me gustara el resultado.
Desde que tengo memoria, adoptaba poses que eran automáticamente corregidas por mis figuras paternas. A escondidas saciaba mi necesidad cada vez más creciente de verme reflejada como una niña, pero con el temor de que me atraparan haciendo algo “malo”. Cada vez que estaba sola, usaba los vestidos y el maquillaje de mi madre y fantaseaba con la idea de tener el cabello largo, con trapos en la cabeza. Me aterrorizaba que me descubrieran así que me esforcé mucho en cubrir mis rastros. Pensé que ese secreto me acompañaría el resto de mi vida. Por suerte no fue así.
Mi hogar es un lugar lleno de espejos. Estar en mi casa, en la intimidad con mi reflejo, era algo agobiante en contraste con el amor propio y la confianza que siempre ha tenido mi madre, que de alguna forma siempre ha sido inspiración para mí, pero que a la vez me hacía sentir mal por no ser aquello que yo admiraba.
Siempre he odiado mi cuerpo y he sentido inconformidad con él, y aunque pensaba que era un sentimiento propio de la pubertad, se fue agudizando con los años siguientes en mi juventud y adultez. Mi voz se hacía más insoportable de escuchar, así que cada vez hablé menos. Mi cuerpo era cada vez más el de un hombre, mis hombros se anchaban, mi espalda crecía y mis facciones se definían, mi bello se expandía, cada vez más rápido, cada vez más evidente.
Siempre intenté encajar lo mejor posible, no sobresalir y pasar desapercibido, intenté varias veces hacer ejercicio, me convencí de que, si a todos les gustaba, eventualmente estaría cómodo conmigo, pero al recibir halagos no podía sentir nada. Siempre pensé que padecía de dismorfia corporal, que según leí es un trastorno mental caracterizado por la preocupación obsesiva por un defecto percibido en las características físicas, ya que nací con numerosas imperfecciones, que me han acompañado por toda mi vida. Siempre me han subestimado y molestado por ellas, me han herido muchas veces y mi autoestima no es la misma. El daño está hecho, pero no es algo que me deba seguir frenando.
He pasado casi toda mi vida en negación, sin reconocer lo que me molestaba en mi reflejo, con muchos secretos que ocultar, sentía que cargaba un gran peso, eso me atormentaba y también la idea de no ser normal. Solo quería estar en paz con mi cuerpo, quería volver a ser la persona extrovertida y sin complejos que era cuando niño, pero solo podía sentir un constante vacío que persistía, uno del que me daba miedo indagar su origen.
La universidad fue un período duro, el querer pertenecer, encajar y sobresalir fueron cosas que me impulsaron todos los días. Fue un período donde crecí mucho como individuo, aprendí a convivir con todo tipo de personas, era raro teniendo en cuenta que no estaba acostumbrada a tal libertad, a ser tú mismo y expresar quién eres. Aprendí, pero aún no estaba lista, no había madurado lo suficiente emocionalmente y, como siempre, me vi engullida por el aprendizaje y el mejoramiento de mis habilidades para la creación.
En plena tesis empezó la cuarentena y con esta descubrí algo que me haría cambiar la perspectiva de todo mi yo: FaceApp, una aplicación que entre sus opciones te permite cambiar de género. Siempre me he visto atraída por este concepto en la ficción y verlo aplicado siempre me ha excitado. Acababa de nacer Nyra, mi alter ego femenino. Era todo lo que siempre había querido, eran mis gustos y fascinaciones ahora en mí, yo era por primera vez algo que estaba cómoda al ver, se sentía correcto. Mi fascinación por este “personaje” llenó mi cuarentena con ideas locas que siempre habían estado en lo más profundo de mi psique, ser modelo, actriz, cantante, famosa, el centro de atención. La tecnología ahora me permitía ver cómo sería todo eso, me empecé a aislar en una burbuja de idealización de la que me costó salir. Por supuesto, aquella mujer no era yo, pero se sentía como una promesa, como un futuro incierto que en algún momento empezó a pasarme factura, comenzó a hacer más mal que bien como recordatorio constante de mis fantasías y de lo que no pudo ser.
Durante los próximos meses pasé un período de autodescubrimiento, donde usé esta nueva identidad como escudo, y supe al poco tiempo que me sentía a gusto, así que paulatinamente fui cambiando las fotos editadas por otras más parecidas a mí y eventualmente sin filtros, a medida que me iba sintiendo cómoda con mi cuerpo. Este nuevo acercamiento fue el primer paso para la aceptación de quién soy, las bases para mi identidad y el camino al entendimiento de mi sexualidad.
Una vez que caí en la rutina diaria, al final de la cuarentena, tuve una crisis de identidad, debido a que la construcción que tenía pensada para mí futuro se empezaba a desplomar, la persona que había sido tantos años se sentía como una gran mentira. Hoy en día estoy consciente de que no puedo mantener dos identidades, no puedo seguir siendo la persona autodestructiva, triste y llena de complejos que llevo siendo 24 años, debo cambiar y aprender a ser quién soy realmente.
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