Foto de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana de Matanzas, diseño por Alejandro Cañer.
En aquellos primeros tiempos de fundada la Iglesia de la Comunidad Metropolitana en Cuba no contábamos con un espacio físico tradicional, sino que nos reuníamos en la terraza de la casa de la pastora Yivi Cruz, y los encuentros tenían lugar los viernes a las 8:30 pm por dos razones, primero, para que coincidiera con el día en que las personas de nuestra comunidad asistían al club nocturno Las Ruinas, y en segundo lugar para que las personas de nuestra iglesia que eran miembros de otra no tuvieran que desafiliarse de aquella porque le coincidieran los cultos, que en la mayoría de las comunidades de fe se realizan los domingos.
Las múltiples afiliaciones religiosas siempre las consideramos importantes, para la realización espiritual de las personas y para que otras comunidades no radicalmente inclusivas pudieran seguir el desafiante camino de recibir a las personas LGBTIQ+. Una cosa sí ha sido fundamental, no esconder que eres parte de ICM, que es como no esconder que eres cuir. En este punto algunes hermanes que estaban dentro del clóset en sus iglesias, aunque todo el mundo sabía, sí tuvieron sus inconvenientes.
A nuestra iglesia solía venir un muchacho que había estado congregándose por mucho tiempo con una iglesia de la Convención Bautista de Cuba Oriental y traía muchos conflictos teológicos que se exacerbaron al entrar en contacto con nuestra teología, interpretaciones, estudios, y prédicas. Como resultado, en una ocasión se acercó a mí diciéndome que su mamá decía “que el Diablo cabalgaba sobre mis hombros”, por el hecho de ser lesbiana y pastora.
Este muchacho en otra oportunidad incluso me dijo que Jesús no tenía genitales, ni relaciones sexuales. Yo le respondí: “ah, mira tú, ¿es que el hombre no orinaba?”. Él se quedó pensando, soltó una media risa y terminamos a carcajadas. Era muy interesante vaciar la vasija de los prejuicios, para volver a aprender. Era siempre un reto escuchar sus reflexiones, contestar sus preguntas, entender sus historias.
El mismo muchacho era asiduo a Las Ruinas, lugar a donde la comunidad LGBTIQ+ asistía para divertirse. Un buen día se acerca a mí y me dice que por allá se le decía a nuestra comunidad de fe, “la iglesia mariposa”. Me sorprendió el calificativo, por lo que comencé a pensar que seguramente sería por lo de las etapas de desarrollo y aparición del insecto, porque también nosotres pasamos por esos ciclos hasta que resucitamos con todo nuestros colores y con todo lo que somos para emerger libres y hermoses. O quizás sería porque a los hombres gay y mujeres trans, les dicen “mariposas”, o “mariposones”. Pero no, para mi absoluta sorpresa, cuando le pregunté por qué nos decían así, me respondió: “sí, la iglesia mariposa, donde se baila, se singa y se goza”.
Quedé primero impactada y molesta porque no entendía el ataque y el intento de descreditar a la iglesia por parte de personas de nuestra propia comunidad LGBTIQ+, pero luego pensé que entendieron bien y que nos quedaríamos con la frase para darle un vuelco positivo. Teníamos la misión de desestabilizar al patriarcado que a través de la iglesia controlaba los cuerpos abyectos y las disidencias de género, entonces, sí: bailamos, singamos y gozamos. Y deseamos que a nadie se le niegue ni castigue por lo mismo en nombre del cristianismo.
Dentro de nuestra propia iglesia, a algunas personas LGBTIQ+ que provenían de años de denominaciones cristianas convencionales, les costó lidiar con estos ataques, y en muchos casos abogaban por repetir la misma lógica patriarcal de estas iglesias para así ganarse el “respeto” de las personas que tenían un entendimiento muy conservador de ser cristianes. ¡Cuánto nos han programado para responder a las lógicas cisheteropatriarcales!
Somos cuerpos dóciles con posturas ensayadas de inflexión y sometimiento a una divinidad cisheterosexual, masculina y blanca. Ante ella nuestros cuerpos cuir se doblegan y nos sometemos a sus normas, porque estamos preconcebides para asimilar las reglas del sistema que nos oprime.
Nuestras espiritualidades diversas quedaron secuestradas y muches de nosotres funcionamos a la vez como carcelerxs. Por eso, que algunas personas fueran a la disco o a los sitios de encuentros luego de comulgar trajo un conflicto grande con otras personas en la comunidad, y aunque fueran pocas, la situación afectaba a todes. Sin duda alguna necesitábamos hablar de los cuerpos, de las sexualidades e identidades, de las espiritualidades, de los cuidados, de la Butler, de Marcella Althaus Reid, de las teologías cuir.
Pero no solo las personas LGBTIQ+ que no asistían a la iglesia nos desestimaban; sino que pastorxs y cristianxs de otras denominaciones nos estaban llamando “guetto”. De hecho, recientemente una pastora y lideresa ecuménica nos llamó “iglesia no verdadera”. Y qué decir de las iglesias fundas, estas se refieren a nosotres como pastora e iglesia entre comillas, o como apóstatas, entre otros calificativos infamantes.
La feminista comunitaria Lorena Cabnal, en la entrevista Recupero la alegría sin perder la indignación, como un acto emancipatorio y vital, centra su activismo en la “sanación como camino cósmico político y la defensa del cuerpo territorio”. Apropiarnos como comunidad cristiana LGBTIQ+, de sus enunciaciones, nos permite entender profundamente y subvertir aquellas opresiones sistémicas que nuestros cuerpos-espíritus, han recibido por parte de una religión controladora, mutiladora y erotofóbica.
La violencia que hemos recibido hace que somaticemos esas opresiones y que nuestros cuerpos-espíritus enfermen. El sistema opresor patriarcal y la iglesia como parte de ese sistema nos han enfermado, nos han hecho dependientes y amargades, no funcionales, abstemixs de la alegría de la sexualidad. Nos necesitan sin poder, culpables, sin energías, sin ganas de buscar la libertad y la vida plena.
En este contexto restrictivo y punitivo, bailar, singar y gozar son expresión y a la vez boleto a la libertad. El maleficio se rompería cuando danzáramos, porque nos conecta con nuestros cuerpos atormentados, banalizados y basurizados por el cristianismo cisheteronormado, con la diversidad de colores, de movimientos y de curvas, y con la carne y el espíritu. Así nos deleitamos en la felicidad de expresarnos tal cual somos, desde nuestros erotismos, empatía, consensos y diversidades. Así nos rebelamos y sanamos, nos hacemos une y muches a la vez.
Tomar la comunión para luego salir a los sitios de encuentro o a la disco e incluso a la cama con nuestros amantes y amores, nos recuerda la sacralidad de la vida, nos responsabiliza y compromete con el cuidado de les otres y de nosotres, porque la Divinidad misma está en cada momento de nuestra existencia, en todes.
Una “iglesia mariposa”, que nos bendice al singar, al bailar y al gozar, conecta con “la recuperación del placer como energía vital” a la que nos invita Lorena Cabnal, y es un acto de verdadera subversión. Profundizar comunitaria y políticamente en estas cuestiones, nos conducirá a una sanación revitalizadora.
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