
Camila de León
Comencé a hacer fotos de mi realidad, de mi vida, mi día a día y a compartirlas en Instagram como una especie de diario online. He pasado en el último año por tres fases.
La primera durante el primer confinamiento, retratando al cuerpo como hábitat, usando largas y dobles exposiciones y alternando entre el color y el monocromo, para reflejar los cambios de humor y el estado de ánimo del primer choque con el encierro debido al COVID-19. Irónicamente fue muy agitada la transición de la rutina del día a día al proceso de inactividad en el que nos vimos abruptamente. Ese proceso conllevó en cierto punto al autorreconocimiento y la reflexión, –al menos a mí, y creo que a todos–, y fue bastante fuerte emocionalmente, en mayor escala para quienes se encontraban solos.
Una segunda etapa donde la fotografía en blanco y negro predominó casi de manera absoluta, el rostro tomó más protagonismo que antes. La frustración por el reconfinamiento y la pandemia global, llevan una gran carga emocional a esta segunda ola de fotografías. Y una tercera etapa en este último rebrote donde también ha salido frente al lente mi novia que vino de España de visita.

¿Cómo llegué a los autorretratos?
Normalmente salgo con mi cámara y documento lo que sucede a mi alrededor, en ambientes de fiestas, muchas luces y movimiento, hago retratos de mis amistades y amigos, capturado ese instante de éxtasis, de placer que se siente cuando te diviertes.
No me gusta el postureo, el “hazme una foto aquí” o “hazme una foto así, como casual”. Intento captar la espontaneidad de los rostros, del cuerpo, el desenfado con que se anda cuando no se siente la presión del lente, intento encontrar y explotar puntos fuertes en personas con físicos de todo tipo. Durante el primer confinamiento, con una sed enorme de hacer fotos –mi manera de comunicarme–, y teniéndome solo a mí para hacerlas, empecé a hacer autorretratos en diferentes partes de la casa, explotando las entradas de la luz del sol en amaneceres y atardeceres, improvisando trípodes e intentando captar mis verdaderos estados emocionales, a pesar de estar totalmente consciente de que me estaba haciendo una foto.



¿Por qué el desnudo?
Muchas amistades me dicen, en forma de broma o muy en serio, que si estoy haciendo pornografía artística. Yo veo el porno como exhibicionismo, y con mi desnudo busco más la introspección, la intimidad, una manera de despojarme de capas de las que nos cubrimos, incluso inconscientemente.
Siempre espero que se llegue más allá de esa primera mirada rápida a la foto, que podría verse como erótica o sexual, y se alcance a sentir la carga emocional, la historia que trato de transmitir, mi realidad, mi vida.
Mi última miniserie son seis autorretratos míos y de mi novia –y ocasionalmente Pelota, mi perrhijo, que EPD–, en el que tratamos de mostrarnos nosotras, genuinas, aunque haya un lente por medio. A pesar de que seamos dos mujeres besándonos, en una especie de cortejo, o sencillamente durmiendo, no lo considero arte o fotografía gay. No creo que sea una especie de activismo per se. El arte se nutre mucho del activismo, pero de cualquier movimiento, no solo el LGTBIQ+.
Para mí activismo también es mostrarse públicamente, vivir tu vida y tu sexualidad con naturalidad. Tomar a tu pareja de la mano o despedirte de ella con un beso en la boca, aunque te expongas a juicios y críticas, aunque viren los ojos, aunque, desgraciadamente, a veces aparten a los niños de ti como si tuvieras la peste, eso para mí también es activismo.

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