Ilustración por Alejandro Cañer
La imperiosa necesidad que tenemos de nombrar las cosas es la misma de la que nos valemos para simplificarlas. Tal vez el argumento que mayormente se plantean muchos en contra de la reivindicación sexual venga dado por ese tormento de descubrir que somos más complejos de lo que aparentamos y de lo que creemos ser. También me abstengo del retrato, a fin de cuentas es muy probable que en el cansancio de los años vaya preocupándome menos por lo que soy y comience a prepararme lentamente para una muerte inevitable, que acostumbra a apresurarse a medida que más damos por sentado la cabalidad de la vida. Esta cabalidad la he visto en todas partes y la he escuchado de todas las bocas en forma de sentencias. Me incluyo inexcusablemente. Yo que he procurado serme fiel como no lo he sido jamás con nadie, voy quitándome esta vez las capas que me protegieron de tanta quietud hostil.
La cabalidad, dígase, sirve de apoyo. Asegurar que la vida es esto y esto otro recrea los cimientos con los que sostenemos el error y el cálculo; estos somos nosotros, tales y más cuales que conseguimos un lugar en el imperioso sinsentido. En mi caso, he decidido burlarme de tanta cabalidad, al menos ahora que menos sufro de edades y de apuros. De esa cabalidad de los hombres y las mujeres, la misma de la que emergí en ser humano, de la que fui educado y que respondí y respondo con la obediencia de quien le es difícil negar su niñez. Una niñez bien vivida pero mal planteada, confinada en su propia indefinición. He aquí el origen del color para estos marrones ojos que hoy aprendieron a distinguir (vaya pata mal metida). Ya lo sé. Todos los sabemos. Sabemos quiénes lucen chicas y quienes chicos. Pero no sabemos quiénes son chicas y quiénes chicos. He ahí el misterio del deseo, la camaleónica pasión que no pregunta, solo besa y se deja lloviznar; porque nadie debería aferrar su cuerpo a su primera condición, como no debería nunca aferrar sus condiciones a su cuerpo. Este es mi cuerpo cuando se interroga, cuando sabe que no es hombre y sabe que no es mujer, que f luye como un éter intermedio donde ya no le interesa nada que tenga que ver con su propia identidad. Solo se observa y se permite acostumbrar al oleaje de su sangre. No soy hombre ni mujer, no soy nada. Porque de la nada vengo y a la nada he de entregar el cuerpo muerto, sin nombre y sin historia.
Me verás entonces seducir a la cámara, una noche mientras miro a los ojos de mi compañera y le digo que venga, que quiero mucho de ella. Me verás lucir sus blusas y sus prendas interiores e imitaré su éxtasis con la móvil dramaturgia que he aprendido de estar tanto tiempo sosteniendo mi mirada en su contorno. Me verás ser ella y la verás ser yo. Intercambiaremos la existencia de nacer en cuerpos imparciales. Cerraré mis ojos y nadie podrá arrebatar tanta realidad interna. Seguirá mi alma ejercitando su maleabilidad. Yo volveré a ponerme el pantalón ocultando la descomposición del cuerpo.
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