Una casa para Malú: ¡se puede, se hizo!

Texto y fotos por Dennis Valdés Pilar

En el bulevar de Sancti Spíritus existen varias estatuas de personajes ilustres de la cultura local. Hace unos años nadie creería que hoy muchas personas quieren que se levante una para la primera mujer trans de la ciudad.

“Se lo merece”, dicen, y puede ser. Pero una estatua no le dará de comer, vestir y un techo.

Hay tantas Malú, y vendrán otras, mujeres trans de la tercera de edad, las primeras de su barrio, batey, pueblo, ciudad, mujeres que se colmaron de valor, mujeres que hoy son sobrevivientes.

La nuestra es sin dudas una de las primeras de la ciudad y la provincia de Sancti Spíritus. Su resiliencia es impresionante, nunca he conocido una mujer más tenaz que ella. Sufrió dos arrestos, el primero en 1980 durante 6 meses, ella cuenta que “por andar así, vestida de mujer”. En aquel momento se consideraba desorden público o alteración del orden. Luego en 2003 la volvieron a arrestar por 4 meses. “Ahí dentro es fuerte, malo, muy duro”, dice. También sufrió robos, enfermedades, maltrato físico y psicológico –“tanto, pero tanto”–, una historia que también resume la vida de muchísimas otras mujeres trans, su día a día.

Cuenta que su nombre se lo puso un compañero de celda, igual a ella dice. “Había una novela en aquel entonces, existía un personaje llamada Malú, me gustó y mi amigo me dijo: vamos a ponerte Malú, y se quedó Malú. Todo el mundo me llama por ese nombre y no por Ricardo, ese nunca existió”.

“He tenido que fabricar una coraza fuerte. Por fuera parezco fuerte, llamativa, pero a veces es difícil tapar lo que siento por dentro, duele”, confiesa. Su madre murió de un derrame cerebral cuando Malú tenía 3 años, su padre se hizo responsable de ella por un breve período de tiempo y luego se la dio a su tía, la hermana de su madre.

“Estuve con esa familia hasta mis 16, mi tía falleció y tuve que empezar a arreglármelas por mi cuenta. Incluso dormí debajo de una escalera de un edificio por un año y tres meses, y después volví para la casa de mi papá. Tengo 7 hermanos, todos por parte de padre, solo una me habla, es triste. La calle ha sido mejor familia”.

En todos los trabajos que ha conseguido siempre se ha vestido de acuerdo a su identidad de género. “He trabajado en muchísimas cosas: en una vaquería, sembrando y dando guataca, de barrendera y aficionada en la Casa de Cultura. No me he dejado caer, me impuse a mis propios límites”.

“Todo el mundo se ha acostumbrado a llamarme por el nombre que tengo ahora: Malú. Nunca tuve que esconderme de nadie, caminaba de manos con mis novios en aquella época, no me importaba si me ponía una multa o dos, ¡imagínate! Tremendo escándalo cuando era joven, pero yo soy más fuerte”.

Malú carga con ella estigmas, vejaciones, tantas magulladuras en la carne, el espíritu y la memoria que no han cicatrizado. Todavía recuerda que su primera peluca fue rubia, que su primera aparición en público como mujer trans fue en zapatos altos y un vestido de color negro. Disfruta de los halagos y la mayoría pide tomarse fotos con ella, la abrazan, la invitan a un café, le desean lo mejor. Ya no hay siseos transfóbicos, respira y camina tranquila, se ha ganado la admiración de la gente.

“Siento ahora que la gente me ama de verdad, no como antes, que se alejaban, me decían oprobios y los padres les permitían a sus hijos burlarse de mí, me miraban con desprecio. Era como caminar en medio de arbustos con espinas… no me quiero acordar.”

Par de años atrás surgió la iniciativa de reunir lo suficiente para comprarle una casa a Malú. A través de páginas de Facebook recogíamos estados de opinión de los espirituanos. Increíblemente la mayoría participaría en la recolecta, incluso comunitarios residentes en el extranjero. Necesitábamos “armar el muñeco”: crear cuentas bancarias en CUP y MLC, hacer pública las direcciones de los lugares para otras donaciones como ropa, medicinas, útiles de cocina y alimentos. También se le dio promoción a través de medios independientes y el Telecentro Yayabo, un medio estatal.

Malú cuenta que: “Yo no tengo celular, no tenía cómo saber qué estaban haciendo por mí, muchos en la calle me felicitaban, me decían que habían donado, que pronto tendría mi casa, fue lindo. ¿Quién lo iba a imaginar?”

En 3 semanas se lograron reunir 400 mil CUP. Es la primera vez en “Macondo” (Cuba) que una ciudad y muchísimas personas se empatizan y unen para comprarle una casa a una mujer trans, a su primera mujer trans de 59 años de edad. Se la debíamos.

Fue una campaña estresante, contabilizar el dinero, hacer resúmenes públicos diarios del monto recaudado, y encima de eso lidiar con estados de opinión negativos que buscaban hacer pelear a cubanos contra cubanos y poner en duda el objetivo principal de la campaña.

Se dejó claro que era una iniciativa popular e independiente. Habíamos visitado el Gobierno Municipal, tratamos de gestionarle temporalmente una cama en el Hogar de Ancianos hasta la compra del inmueble. Queríamos evitar que siguiera deambulando por las calles, con riesgo de deshidratación y mala alimentación.

Esa gestión fue lenta, frustrante. No podía hacerse de manera inmediata, había que reunirse con el Ministerio de Salud Pública y proporcionarles información sobre Malú. Con 58 años Malú no era elegible para ser acogida, aunque se consideró hacer una diferencia. Como residía en otro municipio era más difícil aún que la aceptaran en el Hogar de Ancianos, y además había que esperar otra semana. No teníamos ese tiempo.

Eliesnel Valdivia, amigo, peluquero, conductor y artista de espacios para la comunidad LGBTI+ espirituana invitó a Malú a quedarse en su casa. Desistimos del Hogar, y Eliesnel le proporcionó toda la ayuda que necesitaba, desde tratamientos médicos, hasta procesos legales, alimentación y trabajo.

Hoy Malú tiene su casa, el pedazo que ha deseado toda su vida, ese derecho a una vivienda digna que demoró tanto, que le llegó para su vejez y tranquilidad. Comenta que no se acostumbra a su nueva cama, que no la resiste por el momento. Coloca tablas sobre el colchón, acostumbrada después de tantos años de su vida a dormir bajo escaleras y en portales. Tiene la cintura y la espalda rígidas, bastante maltratadas. “No me puedo encorvar mucho, los músculos me duelen, no quería llegar a esta edad así. Aquellos años de odio me restaron años de vida, aunque todavía tengo energía pa’ más”.

Hay tantas Malú, y necesitan de un refugio, de un lugar seguro, de una ciudad y un país más humano y empático. Es una gran responsabilidad, porque se trata de una comunidad históricamente marginada, y esta iniciativa que comenzó en Sancti Spíritus podría extenderse a otras provincias del país. Es una tarea humana, se necesita mucho carácter y voluntad si queremos colaborar y hacer lo mismo por otras personas trans.

“Ahora mismo estoy trabajando en los espectáculos de transformismo de mi ciudad, la gente va para verme, me siento mejor ahora que gano un poco de dinero allí y también porque tengo mi casa”.

Se puede, se hizo.

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