¿Nos avergonzamos de nuestro amor delante de les niñes?

Ilustración por Alejandro Cuervo Vigoa

Hace unos días alguien me preguntó si no me daba vergüenza besarme con mi novia, o incluso tener expresiones de cariño, delante de un niño. Confieso que mi primera reacción fue decirle que no –¡claro que no! –, sin embargo, después de pensarlo unos segundos le dije convencida: “La verdad es que sí, mucha”.

Las personas LGBTIQ+ hemos aprendido que ser como somos está mal, y que si la sociedad es tan amable de no perseguirnos como si tuviéramos la plaga, al menos deberíamos tener la delicadeza de hacer “nuestras cosas” en casa, en el cuarto, con las ventanas cerradas y no hablar de esos temas en público.

Por eso incluso cuando tenemos el valor de romper ese muro de silencio que han construido alrededor de nosotres, y decidimos expresarnos con orgullo frente a todo el mundo, como todo el mundo hace, incluso en esos momentos es frecuente que lo hagamos temiendo a las críticas, el rechazo y la violencia.

Es común, por ejemplo, que quizás le tomemos la mano a nuestra pareja pero sin acercarnos demasiado, que apenas le rocemos el rostro con la mano en señal de intimidad, que nos comportemos con una cercanía bastante ambigua, o que nos demos un beso tan fugaz, tan escurridizo, que habrá quienes piensen que solo vieron mal.

Entonces, sí, me da muchísima vergüenza que algún niño vea esas expresiones “de cariño” totalmente frías y construya una visión tan desnutrida del amor. Me preocupa que al vernos queriéndonos con miedo asuma que hay algo mal en expresar el afecto, incluso en el afecto mismo. Sobre todo, me da pena que crezca para reproducir la misma discriminación o para sufrirla.

Explicarle a les niñes que dos personas del mismo género pueden ser pareja y que nuestras manifestaciones de amor tienen tanto derecho a existir públicamente como las de cualquier pareja, es todavía un tema tabú dentro de la mayoría de las familias, donde, a pesar del derecho que tienen les pequeñes a la educación integral de la sexualidad, muchas veces se reproduce una información sesgada y prejuiciosa.

Nosotres mismes interiorizamos esos prejuicios miles de veces. Una amiga me cuenta que le gustó un hotel al que fue porque era solo para adultes y como no había menores de edad podía besarse con su novia con cierta libertad. Una ex me soltaba la mano cada vez que su hermanita de unos 5 años entraba al cuarto porque “qué iba a pensar” … Hay miles de historias.

Es cierto, pero ¿quién puede culparnos? La violencia también enseña y no todos los días una tiene ganas de lidiar con la basura que puede darte la sociedad solo por un gesto de cariño. No todos los días tenemos la fortaleza emocional para enfrentarla, a veces deseamos besar y ya, abrazar y ya, querer y ya, sin tener que dar explicaciones o guerra por eso.

Lo curioso es que esa misma guerra que tenemos que librar con los adultos, en el caso de les niñes sencillamente no existe. Recuerdo que cuando hablamos sobre matrimonio igualitario en A tu aire, un programa de radio juvenil de la emisora CMHW de Villa Clara, una señora nos preguntó alarmada en una de las llamadas: “¿Y qué le digo a mi nieta cuando vea a dos hombres besándose en la calle?”.

En realidad –señora– todo el asunto es bien simple. Me han contado muchísimas reacciones de niñes a quienes les explican que dos personas del mismo género pueden ser novies. Les comparto algunas que me han llegado a través de amigues y familiares.

Dice Baby que cuando le contó a su niña que a una persona podía gustarle otra de su mismo género, Sofi no podía creerlo. Tampoco le creyó cuando le dijo que hasta conocían a muchas personas así. “A tío Rei, por ejemplo, le gustan los hombres”. Luego de un rato de desconcierto, de preguntas y de mucha paciencia por parte de Baby para responder las preguntas más diversas, Sofi le dijo: “Bueno, mami, mi tío Rei va a seguir siendo mi tío Rei como sea”.

Reinier mismo, que es un amigo de la familia, cuenta que la siguiente ocasión en que las visitó, Sofi lo recibió con una sonrisa de complicidad:

– Tío… ¡ya lo sé! –le dijo.

– Y bueno Sofi, a ver, ¿hay algún problema, te molesta?

– ¡No, tío, no!

– Porque yo te quiero mucho a ti…

– ¡Y yo a ti también te quiero mucho! –y fue corriendo a darle un abrazo.

Para que su hijo de 7 años entendiera que no hay que burlarse de nadie por su orientación sexual, Giselle le preguntó si le gustaría que se burlaran de sus primas. Fue una sorpresa para él, porque a pesar de que llevaba años conviviendo con su prima y la pareja, fue la primera vez que pensó en ellas de esa manera.

“Le expliqué que eran novias y más tarde ese día empezaron a venir las preguntas poquito a poco. Eso me sirvió de entrada para una conversación que sabía que en algún momento se iba a dar”, recuerda. “Honestamente, no puedo decir que se lo tomó bien ni mal, ¡normal! Como que: no me diste una información súper interesante ni nada, un detallito y más nada”.

Mientras veía unas fotos con su niña, Claudia mencionó sin ponerle demasiada atención que uno de los chicos que salía en los retratos era, Jose, el novio de Enzzo. “¿El NOVIO de Enzzo? ¿Un hombre y un hombre? ¡¿Dos hombres pueden ser novios?!”, dijo la pequeña con asombro. “Sí, claro. Si dos personas están enamoradas y quieren estar juntas no importa si son dos hombres o dos mujeres”, le aseguró su mamá.

“Después cuando salió el cómic –Nuca y Namoro– y vio que se estaban besando, ella misma le mandó un audio a Jose diciendo que la parte que más le había gustado era la parte en la que se daban un besito en los labios, así, toda picaresca”.

Quisiera incluir una última historia que me encantó porque demuestra que la capacidad de comprensión de les niñes excede por mucho la nuestra y, además, que nadie, nunca, puede ganarles.

La sobrinita de Ela no sabía que ella y Angela eran pareja, y no tenían idea de cómo sería su reacción si se lo decían. El tema salió un día en que les preguntó por qué dormían en la misma cama. “Porque somos novias”, le respondieron. Después de unos segundos de expectación, dijo sencillamente: “¡Ja! Nunca había visto esa combinación”, y añadió refiriéndose a Angela: “¡Entonces tú eres mi tía!”.

En 2018, cuando los fundamentalistas cristianos se lanzaron a las calles contra el matrimonio igualitario, uno de los argumentos que más utilizaron fue el de les niñes. Copiaron muchísimos mensajes que emplearon sus pares latinoamericanos durante campañas anti-derechos LGBTIQ+ como Con mis hijos no te metas en contra de la educación integral de la sexualidad en las escuelas y repitieron sus mentiras.

Esa idea de que tanto las personas que rompemos la norma cis-heterosexual como nuestras expresiones son incorrectas y desviadas va más allá de los ámbitos religiosos y persiste –con variaciones– en todos los espacios sociales, donde no se habla de abominación sino de inmoralidad.

Cuando alguien nos dice que no expresemos nuestro afecto delante de les niñes, está diciendo simplemente que nuestro amor es inmoral. Quienes nos preguntan si no nos da vergüenza mostrar nuestro amor en público, están sugiriendo que hay algo esencialmente malo en nosotres, que no deberíamos mostrar.

Sobre todo, piensen en esto: cuando nos escondemos para dar un beso, cuando nos comportamos como “primas” cuando somos novias, o cuando les respondemos a les niñes con evasivas sobre este tema, estamos ratificando, alimentando, fortaleciendo la misma estructura que nos violenta todos los días de nuestras vidas.

¡No hay nada malo en querernos y expresarlo! Les niñes lo saben y cuando no lo saben lo intuyen. Mostrarnos como somos, sin avergonzarnos de nuestros afectos, es el camino hacia una vida más plena, pero también es la mejor manera que tenemos de ayudarles a que construyan una visión desprejuiciada, diversa y respetuosa del amor.

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