Activismo y (auto)cuidado: algunas claves iniciales para pensar un proyecto colectivo

Ilustración por Marla Cruz Linares

Ser activista por los derechos humanos -y no humanos, incluyendo aquí animales y naturaleza- implica un conjunto de acciones en y sobre el mundo. Yo me sitúo en ese lugar, reconociéndome dentro del campo de los feminismos, principalmente del feminismo negro. Este no es un lugar necesariamente confortable. Muy por el contrario, es un territorio marcado por disputas y luchas propias de quienes se interesan por la transformación social.

Circular por ese territorio implica a veces experimentar la sensación de que transformar el mundo, en el sentido de combatir el racismo, el sexismo, la homo/lesbo/trans/fobia, el especismo, entre otras discriminaciones, es casi una utopía.

En un contexto en el que estas discriminaciones se reiteran, no es difícil caer en la desesperanza. Aún así, seguimos en movimiento, inclusive cuando hay señales cotidianas que apuntan a la fosilización de estos males. Baste recordar el reportaje presentado por el periodista Abdiel Bermúdez sobre el lenguaje inclusivo en el Canal Caribe [1].

Al mismo tiempo, son estas señales las que nos indican la urgencia de continuar en estos empeños feministas, por los derechos de personas LGBTQI+, así como continuar apostando por las luchas antirracistas, antiespecistas, ambientalistas. Justamente los medios de comunicación, así como las redes sociales son parte de los espacios donde se libran estas batallas a diario.

En este sentido, la reflexión que me parece impostergable asumir tiene que ver con cómo lidiamos con el sufrimiento asociado a nuestras acciones en el mundo desde ese lugar de activistas. ¿Cómo lidiamos con el sufrimiento que nos causan, y con el que también causamos nosotres? ¿Cómo cuidar de nuestras luchas, cuidándonos?

Este es un tema que merece especial atención dentro de nuestras agendas, que requiere incluso formaciones. No obstante, arriesgo aquí algunas reflexiones que provienen de varios lugares. Uno de ellos es la experiencia de quien ha sufrido ataques en las redes y fuera de ellas, como resultado de expresarse como activista feminista y antirracista.

Igualmente, pensar este asunto está asociado a las posiciones de privilegio que ocupo -siendo una mujer cisgénero, con un cuerpo no marcado como “deficiente”, universitaria, entre otras- y desde las cuales he podido generar sufrimientos a otres. Estas reflexiones vienen también de mi convivencia actual con activistas comprometidísimas como Geni Núñez [2] y del deseo de que vayamos tejiendo algunas salidas colectivas a este asunto.

Me gustaría mencionar dos lados de esta experiencia a fin de que podamos reflexionar acerca de las múltiples dimensiones que están envueltas en el cuidado de nosotres y de los otres en el mundo de los activismos.

Recientemente he vivido el distanciamiento de una persona afectivamente cercana a propósito de un post que comenté en Facebook y en el que narraba una experiencia de racismo que involucraba a esta persona. No mencioné su nombre, y de hecho mi comentario no iba dirigido a ella, no obstante, ella lo vivió como un ataque, algo que le causó sufrimiento.

Las consecuencias de este hecho puntual fueron varias conversaciones y, como colofón, el distanciamiento afectivo de esa persona para conmigo, y obviamente de mi parte también, porque no soy de hierro. Por mi parte sufrí doblemente, tanto cuanto advertí una postura racista de una persona afectivamente cercana, como cuando se me castigó con un distanciamiento afectivo.

Por otro lado, como parte de la investigación que estoy realizando en este momento con personas trans, tuve la oportunidad de entrevistar a una travesti de Santiago de Cuba. En la entrevista con ella tropecé con varias cosas que yo “no sabía” hasta el momento, como son, por ejemplo, los sitios de encuentro en donde travestis y trans de Santiago realizan trabajo sexual [3].

Solo a partir de ese momento de la entrevista, y por haberme citado con ella en una de las calles más céntricas de Santiago de Cuba, comencé a pensar ¿por dónde es que circulan las personas trans en mi ciudad? ¿en qué lugares de mi ciudad es que esas personas pueden existir? Esta ignorancia mía no es casual, sino que se deriva del hecho de yo ocupo una posición de privilegio en tanto me reconozco como un cuerpo cisgénero. Si no fuese por la realización de esta tesis quizás nunca me habría hecho estas preguntas.

Pienso que mi sorpresa, así como mi ignorancia, son expresiones de mi transfobia. Sí, cuando no cuestionamos el privilegio asociado a ocupar posiciones normativas y centrales, significa que no nos (pre)ocupamos de quienes están siendo expulsades a los márgenes de esas posiciones centrales.

¿Cómo cuidar de nuestras causas, cuidándonos? Una conclusión que saco de estas experiencias es la siguiente: si las opresiones son relacionales, el cuidado y la lucha en contra de las opresiones no puede dejar de tomar en cuenta este aspecto. Es decir, un cuerpo trans es considerado desvío, anomalía porque es sometido a un criterio de (d)evaluación al ser comparado con un cuerpo cis. Un cuerpo negro es considerado menos, a propósito de la existencia de una norma que establece que ser blanco es ser el referente de humanidad, de belleza, etc. Uno no existe sin el otro.

Por ende, cuidar de nuestras luchas implica, en primer lugar reconocer los lugares de opresión que ocupamos, que nos hacen sufrir y defender estas causas. A su vez, cuidar de nuestras luchas implica reconocer también los lugares de privilegios que ocupamos, y lo que tales privilegios suponen en la instauración de hegemonías y subordinaciones asociadas.

Justamente porque las personas que habitan lugares de opresión saben de las mismas porque las viven en su piel todos los días, debemos cuidar de no reproducir violencias cuando desautorizamos o desacreditamos a alguien que habla desde su experiencia. Ese conocimiento no es menos válido por no proceder de la sacrosanta academia. Entonces, una clave fundamental creo que es respetar ese saber/experiencia.

No quiere decir que una persona blanca no pueda hablar de racismo, por el contrario, es hasta deseable que lo haga, sobre todo si es deconstruyendo y problematizando los privilegios asociados a ocupar esa posición social. Ganaríamos mucho en esa lucha si el debate fuese también en esta dirección, y no, como sucede a menudo en las redes, silenciando a personas negras, pretendiendo “enseñarles” qué cosa es el racismo a quien lo vive a diario, o asumiendo actitudes defensivas del tipo “yo no soy racista”, o “no soy ese tipo de racista”.

No existe un racismo menos peor que otros: racismo, transfobia, sexismo, especismo, lo son y punto. Si las personas blancas y negras tejen ese espacio común de lucha, cada una desde sus privilegios y opresiones, la causa se torna mucho más potente y la salida no tiene que ser necesariamente distanciarse de las personas que también tienen mucho que sumar a esa lucha. Enemistándonos debilitamos esa lucha, porque se fragilizan las posibilidades de diálogo y de construcción colectiva.

Otro aspecto importante dentro de ese cuidado colectivo es discernir cómo y con quién gastamos nuestras “balas”, ya que se trata de una batalla campal, y cómo hacerlo de maneras más estratégicas y productivas.

A cada comentario y post absurdo que surge en las redes yo he querido reaccionar y no pocas veces lo hago de formas nada amables. Al inicio yo pensaba así: si la violencia racista, sexista, transfóbica es sumamente inhumana, ¿por qué tendría yo que cuidar las formas para responder a personas que (nos) violentan?

Últimamente he reconsiderado esta postura por las siguientes razones. Aún cuando una desde su activismo intente construir otros mundos, hemos de estar conscientes de que ese mundo hegemónicamente racista, machista, homo/lesbo/trans/fóbico se mantiene. Una dimensión del cuidado y autocuidado es tener esto presente, para, a partir de ahí decidir cómo, con quién y dónde actuar.

A veces creo que no vale la pena gastar las balas con quienes nos oprimen. Esto no quiere decir desistir de denunciar a los opresores. Significa, apenas, escoger los escenarios más productivos para nuestras luchas, que obviamente nunca van a ser fáciles.

Provocarnos cansancio físico y mental es una forma de minar nuestra resistencia, de paralizarnos. No le hagamos el juego a los opresores. Que la rabia sea un motor para potencializar nuestra resistencia. Cuidémonos y hagamos de esto un proyecto colectivo.

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*Activista afrofeminista y estudiante de doctorado en el Programa de Postgrado Interdisciplinar en Ciencias Humanas de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), Florianópolis, Brasil.

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[1] Aunque yo recomendaría no verlo, está disponible en aquí.

[2] Destacada activista en el movimiento indígena, feminista y LGBT en Brasil, con quien tengo la honra de compartir mi existencia en este momento. Recomiendo seguir sus reflexiones en sus páginas de Facebook e Instagram.

[3] Llamado eufemísticamente como sexo transaccional por algunas instituciones cubanas, lo que, a mi modo de ver, constituye una tentativa de higienización de una práctica que, si bien estas instituciones “aceptan”, al mismo tiempo sancionan moral y jurídicamente.

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