¿Puede el género aprisionarnos? Puede y lo hace de muchas maneras, desde las más grotescas hasta las más sutiles. El género es un sistema de regulación y control de nuestras vidas. Este sistema de control funciona en la modalidad aduanera, o sea, te somete constantemente a un escrutinio minucioso para vigilar y castigar, como diría Foucault, uno de los filósofos cuyos análisis inspiraron las proposiciones teórico-políticas de cuño queer.
Con base en este sistema de control que son las normas de género, continuamente se procura verificar si usted se encuentra dentro del territorio que le asignó la sociedad (cis)(hetero)patriarcal. Tal territorio comienza a delinearse, sin su consentimiento, una vez que el médico, vía ultrasonido y observación de sus genitales, pronuncia las palabras mágicas: “es un/a niño/a”. Es como si la “verdad del género” estuviese apenas en el ojo del/a médico/a, y a partir de esa invocación se decretase su llegada al país de Heterolandia.
Enseguida descubrimos que el género es un artificio que, para sustentarse, exige de reiterados rituales y patrullajes. Tal es así que cada día la patrulla del género hegemónico procura constatar si, por un acto de “desobediencia”, usted decidió salirse de la zona políticamente demarcada como “su mundo” femenino o masculino. En caso de que usted no pase estos operativos policiales del género, será exiliadx al país de los desviadxs, enfermxs, invertidxs, etc. Muchas Cubas en una Cuba, diría Buena Fé en su antológica conga “Pleisteichon” –banda sonora del filme cubano “Habanastation”– para referirse a otras fronteras presentes dentro de nuestro país, no precisamente de género, aunque también atravesadas por él.
No podemos olvidar, dicho sea de paso, que el cine es una de las más poderosas tecnologías de género, como asegura Teresa de Lauretis. Hasta hoy observo con un cierto recelo una parte de la filmografía LGBTQI+ cubana que no concibe otros finales para las existencias que no se conforman a las normas de género que no sean la tragedia, algo así como los finales infelices de los cuentos de monstruos, porque claro, para las hadas, príncipes y princesas se reservan los finales de “y fuimos felices para siempre”.
Está claro que estas propuestas fílmicas están al servicio de denunciar las discriminaciones de que son objeto gays, lesbianas, trans, entre otrxs, pero allí donde opera el poder de las nomas de género, también existen líneas de fuga y re-existencia. Anhelo entonces una filmografía que coloque esas otras posibilidades en los guiones de esas historias LGBTQI+. Al final, a través de esas narrativas de “finales infelices” se sigue reforzando la idea de que, salirse del territorio de Heterolandia, conlleva siempre una punición o a una desgracia.
En el momento en que yo escribo este texto estoy en Brasil haciendo un doctorado, por primera vez con tiempo y recursos dedicados de forma exclusiva a estudiar, una de las cosas que más me gusta hacer en la vida. Curiosamente, la pregunta recurrente que aparece siempre, por parte de algunxs amigxs, personas conocidas y otrxs oficiales de aduana es: “¿y los amores?”; “¿ya te encontraste a un brasileño?”. La política de control aduanero de género no tiene fronteras y asume a la heteronorma como medidor de éxito.
Sería cómico si no fuese trágico. Esta es una experiencia personal, pero creo que puede tener similitud con experiencias vividas por otras personas en otros contextos. Somos constantemente confrontadas con la idea de un reloj biológico, por ejemplo: “¿oye y cuándo tú piensas parir?”, “¿te vas a quedar pa´tía?”, o sea, la presión de la heteronorma, que va desde casarse con un hombre hasta tener hijos, una casa para cuidar y tal, se articula con un conteo regresivo que ejerce una presión también. Cuando este conteo regresivo se agota, la gente intenta encajarte igual en sus moldes diciendo cosas como “ay pero los sobrinos es como si fueran hijos”.
El efecto de eso es que muchas personas acaban por sentirse inadecuadas. En verdad la inadecuación es de la norma y su insistencia compulsoria para definir a todxs según los mismos parámetros.
Este tipo de preguntas y conteos regresivos forman parte de esa lógica de control aduanero y responden a una concepción (cis)(hetero)normativa como forma de pensar(nos) el mundo. En numerosas situaciones cotidianas somos sometidxs a estos operativos policiales de género y la gente entonces fabula: “¡ay, pero ella no tiene fijador!”, “hummm, ¿pero ella soltera a esta edad? Debe tener algún problema, ¿será lesbiana?”. Esas y tantas otras elucubraciones que darían varias tramas de una telenovela.
En ese sentido, el género pensado dentro de la lógica (cis)(hetero)patriarcal aprisiona hasta a quienes viven bajo su régimen sin osar desobedecerlo. No se trata solo de que las personas género disidentes son patrulladas, es una pedagogía también para lxs habitantes de Heterolandia, pues también hay que apegarse a la norma de tal manera que no exista la menor sombra de dudas de que se está “bien definida/o”.
Esas prisiones de género impiden que la gente conciba la vida como un abanico de posibilidades. Y una posibilidad legítima es, por ejemplo, la decisión de no reproducir o de no adherirse al modelito de “princesa que espera en la ventana a su príncipe encantado”, o la decisión de no desear una pareja en un momento determinado, que la pareja no sea un hombre o que no sea una sola en el caso del poliamor, o la decisión de no tener pareja. Hay conjunto de otras posibilidades existenciales. Y no pasa absolutamente nada.
El género, en tanto norma que obliga a ser de una única manera, es una prisión, porque cuando no presentas algunas de las “credenciales esperadas” eres juzgada por y desde la falta.
Sin embargo, cada persona tiene el derecho a elegir dentro de un vasto campo de posibilidades para vivir su vida, para reescribir su vida bajo otros guiones. Necesitamos menos policías de aduana y más apertura. Si es para vivir en la plenitud y la potencia que implica el género, me parece que lo queer, en tanto estética, ética, teoría y política de vida, ofrece posibilidades de fuga de estas prisiones de género.
¿Qué es lo queer o cómo podemos entenderlo? No hay una única respuesta, porque de haberla ya no sería queer la cosa. Una perspectiva queer no está interesada en preestablecer ni fijar identidades o códigos que definan el espectro de género, precisamente porque el género puede ser un campo infinito de experimentación y de creación, sobre todo si lo pensamos como un proceso de autodeterminación, autonomía, de no estar obligadxs a seguir ningún patrón.
La perspectiva queer realiza varios movimientos. Uno de ellos es la crítica a una idea de identidad. Queer es una forma de no identificación, de no ser sometidx a definirse por medio determinados códigos, por ejemplo: o se es femenina o se es masculino. Una perspectiva queer diría: “no estoy obligradx a definirme así. No estoy obligadx ni siquiera a definirme, y en todo caso, puedo resignificar esos códigos”.
Por otra parte, lo queer, como inspiración de vida, implica un cuestionamiento de las normas de género y de su pretensión universalista. Una existencia inspirada en una perspectiva queer se rehúsa a entrar en la norma. Por ejemplo, a veces se dice: “ay, puedes ser gay, pero no tienes que dar pinta, puedes ser un gay discreto”. O sea, la perspectiva queer no solo apunta el carácter opresivo de la norma, sino que no aspira a ser asimiladx por esa norma. No queremos ser asimilidxs, disciplinadxs, higienizadxs, purificadxs por normas que son en sí mismas excluyentes.
Néstor Perlhonger en una ocasión diría: “prefiero ser la cucaracha antes de ser el veneno que la mata”. Y la norma mata, tanto simbólica como materialmente. No son pocas las muertes movidas por homo/lesbo/transfobia. Esta idea de rehusarse a estar dentro de la norma, de alguna manera fue expresada por Monique Witting cuando dijo: “las lesbianas no somos mujeres”, o sea, no somos mujeres a partir de los códigos heteronormativos que definen ese “ser mujer”. bell hooks, una importante feminista negra, tiene un texto titulado: “No soy una mujer”. En él, entre otras cosas, cuestiona la idea de mujer blanca fundada en la clase burguesa.
Todos estos cuestionamientos tienen en común apuntar a no queremos ser integradxs, asimiladxs dentro de sistemas normativos (cis)sexistas, racistas, homofóbicos, etc. En este sentido, una perspectiva queer va más allá de cuestiones de sexualidad. Una perspectiva queer se pregunta quién está en los márgenes de la norma e interroga el modo en que esos márgenes son producidos. La norma, para imponerse, necesita producir cuerpos abyectos, como diría Judith Butler. Los márgenes son negrxs, pobres, trans, entre otras disidencias de la norma.
Queer es un término que proviene de la lengua inglesa, en cuyo contexto significa extraño. Su uso estaba inicialmente asociado a una intención peyorativa para referirse a personas homosexuales y a otras que no reivindicaban a Heterolandia como su territorio existencial preferido, y cuyos deseos y prácticas sexuales no cabían en los estrictos contornos de las normas de género. Es así como queer indicaba una ofensa, ser un bicho raro, un extraño, un monstruo según una lógica higienista que asume como referente de humanidad al hombre blanco, heterosexual, cisgénero y de clase media, y a su “media naranja”.
Según expone la historiografía dominante** sobre los estudios queer, este tiene una raíz activista en la década de los 80, dentro de los movimientos de liberación sexual en Estados Unidos que demandaban políticas públicas del Estado para atender el VIH. Estos grupos como Queer Nation y Act Up se reapropiaron de ese código lingüístico con una finalidad política: afirmar ese lugar existencial –¡sí, es eso lo que somos, acostúmbrense!– y protestar contra las políticas estatales de dejar morir a los disidentes de las normas de género.
La constitución de una cultura queer está asociada a una práctica política de protesta, y a una reformulación de los términos en que determinadas cuestiones son colocadas. Así queer comenzó a ser usado para apuntar a otras formas posibles de vivir el género, la sexualidad sin que esto implicase el lugar de la abyección, la patología o la anormalidad.
Queer también comenzó a designar un campo de estudios teóricos, inaugurado por Teresa de Lauretis en los años ´90 en Estados Unidos. A esta feminista italiana radicada en EE. UU se le adjudica el haber acuñado el término queer en el ámbito académico, durante un Congreso que realizó en 1990 en California.
El uso de lo queer en el contexto latinoamericano obedece a otras genealogías distintas a las del Norte Global. Generalmente estas historias son invisibilizadas a partir de la supremacía de Estados Unidos y Europa en la circulación de conocimientos. Es preciso entonces descolonizar la producción de conocimientos y pensar lo queer fuera de estas lógicas coloniales, pero esto puede ser objeto de un texto posterior.
Baste destacar por el momento que lxs activistas y las personas afiliadxs a la perspectiva queer en Latinoamérica, ya sea en la Academia, en las artes, en la política, prefieren usarlo como cuir, kuir, cu. No es un simple ejercicio de cambio de palabras, sino que estos códigos abogan, entre otras cosas, por sumarse a los esfuerzos de escribir nuestra propia historia cuir latina.
Dicho esto, y retomando la pregunta que intenta guiar este texto. ¿Qué posibilidades nos ofrece una perspectiva queer para escapar de las prisiones de género? Una lectura queer/cuir/kuir del género nos invita a extrañar, a colocar en suspenso a las normas y a los modos convencionales de vivir. Extrañar aquí no significa “echar de menos”, sino dudar, sospechar. ¿Quién define qué es mujer? ¿El médico, el ultrasonido, los genitales? Asumir una perspectiva cuir implica sospechar de todas las prácticas que intentan regular nuestros cuerpos, que intentan colocar el género como algo fijo e inmutable.
Una lectura queer de la sexualidad nos permite comprender que en la misma están inscritos múltiples significados y sentidos producidos culturalmente. La sexualidad no está circunscrita a las hormonas, aunque tampoco las desconoce, sino que es producida discursivamente y disciplinada para ser heterosexual, solo que la vida demuestra que no somos obligadas a seguir órdenes.
Para algunxs la sexualidad puede ser placer (inclusive para lxs heterosexuales, pues que no me digan que solo tienen sexo por amor y para “garantizar quien los cuide el día de mañana”), para otrxs sexo puede significar pecado si no obedece a la finalidad de la reproducción y al decreto de los genitales (¡haya paciencia con los fundamentalistas!), para otrxs las prácticas sexuales pueden o no implicar penetración, puede que no sean solo dos personas. Son infinitas las posibilidades.
Posicionarse desde una perspectiva queer significa en mi modesta opinión de aprendiz de esta propuesta, pensar desde los márgenes y sabotear la norma. Lo queer cuestiona las normatividades, deconstruye la idea de que género, sexualidad, cuerpo y deseo estén aprisionados a la biología o a las pedagogías impuestas por la sacrosanta norma.
Lo queer abre posibilidades para millones de performatividades de género, prácticas sexuales, deseos, afectos. Al proponer deslizamientos de sentidos, subvierte las normas que subyugan cuerpos, sujetos, existencias que deben hackear, reciclar, piratear para resistir a las tentativas de domesticación heterosexual, cisgénero (OLIVEIRA, 2016) de la política aduanera del género.
Lo queer piensa la diferencia como potencia. No apenas un género, sino mil, una multitud. Como afirma Preciado (2011, p.16, traducción de la autora):
La política de multitud queer no se basa en una identidad natural (hombre/mujer) o en una definición por prácticas (heterosexual/homosexual), sino en una multiplicidad de cuerpos que se levantan contra los regímenes que los construyen como “normales” o “anormales” “: Son los drag kings, […], las mujeres con barbas, las transbichas sin penes, los cyborgs-discapacitados. Lo que está en juego es cómo resistir o cómo desviarse de las formas sexopolíticas de subjetivación.
Estas reflexiones no son una invitación a vivir en un mundo de caos, al menos en la perspectiva en que el caos es tradicionalmente entendido. Es una invitación a vivir en un mundo sin violencia, sin la opresión que supone que nuestros cuerpos, deseos, sexualidades y géneros sean convocadxs a encuadrarse. Defendemos una ética que implique maximizar la potencia de nuestras vidas, cuerpos, deseos y subjetividades.
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*Estudiante de doctorado en Programa de Postgrado Interdisciplinar en Ciencias Humanas de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), Florianópolis, Brasil. Es licenciada en Psicología por la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba (1999), Máster en Intervención comunitaria por el Instituto Superior de Ciencias Médicas de la Habana (2004). Actualmente investiga sobre políticas públicas de salud en Cuba desde perspectivas feministas, interseccionales y decoloniales.
**Me refiero a la manera en que tradicionalmente esta historia de lo queer ha sido contada, destacando que la historia es siempre una cuestión de poder, quién la cuenta y dónde está geopolíticamente quien la cuenta.
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Bibliografía:
- FERRER, Christian; BAIGORRIA, Osvaldo (org). (1996). Nestor Perlongher. Prosa plebeya. Ensayos 1980–1992.
- hooks, bell (1981). Ain´t a woman. Black women and feminism.
- Podcast “HQ da Vida”. http://cort.as/-QS2Q
- LAURETIS, Teresa (1987). Technologies of Gender. Bloomington, Indiana: Indiana University Press
- OLIVEIRA, João Manuel. Trânsitos de Género: leituras queer/trans* da potência do rizoma género In: COLLING, Leandro (org). Dissidências sexuais e de gênero. Salvador: EDUFBA, 2016, p.109–131.
- PRECIADO, Beatriz. Multidões queer: notas para uma política dos “anormais”. Estudos Feministas, Florianópolis, 19(1): 312, janeiro-abril/2011.
- WITTIG, Monique (1992). El pensamiento heterosexual. Barcelona: Eguales.
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En portada: collage confeccionado con imágenes de la revista, los perfiles de Facebook de La Marca, CineClub Cuir, Abriendo Brechas de Colores, Riera Estudio, Negra cubana tenía que ser, Sandra AbdAllah-Alvarez Ramírez, la Iglesia de la Comunidad Metropolitana, Into Queer Havana, 68va y el perfil de Instagram de Diana Carmenate.
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