A Sonia Rivera Valdés la pueblan historias de mujeres

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Foto de portada cortesía de la entrevistada

Sonia tenía 28 años cuando se enamoró por primera vez de una mujer en la fábrica donde trabajaba, acabada de llegar de Cuba a los Estados Unidos, con dos hijos y marido. Recuerda claramente aquella historia platónica aunque ya pasaron varias décadas y otros amores desde esa primera experiencia, que marcó no solo su vida, sino su obra.

Sus cuentos están habitados por mujeres que anhelan, que extrañan, que desean, que sufren, que sueñan y construyen, como pueden, su propia felicidad. Con cada una descubrimos un matiz diferente de la autora, una persona fascinante con quien tuve el placer de conversar durante su última visita a La Habana, hasta donde llegó para presentar su nuevo libro “Cuéntame una historia”.

Las mujeres son un centro importante dentro de su obra. ¿Es algo que usted escogió?

El otro día me preguntaron que cómo logré esa voz que se oye tan real en “Las historias prohibidas de Marta Veneranda”, como si fuera una cosa muy trabajada. Le dije: mira, yo quisiera darte una respuesta inteligente y sabia, pero la verdad es que yo me senté a escribir y eso salió así.

Marta Veneranda me ha ayudado mucho, ese personaje, poder contarle a ella. ¿Qué te voy a decir, Susana? Lo que te puedo decir es que yo soy mujer.

Un cuento como “Los ojos lindos de Adela”, que es más cerca de mi biografía, que es un cuento muy triste, sobre las dos mujeres en la fábrica, cuando se me ocurrió, me levanté una mañana y me senté en la cama y me salió la voz así completa, hablándole a Marta Veneranda.

¿Qué le inspira a escribir sobre mujeres lesbianas?

Lo primero que me inspiró a escribir sobre mujeres lesbianas es que yo he tenido relaciones con mujeres y he vivido con ellas, de hecho he vivido con mujeres la mayor parte de mi vida. No han sido “relaciones”, sino que he vivido con ellas.

La primera vez que yo sentí que me enamoraba de una mujer yo estaba casada, tenía dos niños. El cuento “Caer en la cuenta” es más parecido a cómo fue.

¿A qué edad sintió que se enamoraba por primera vez de una mujer?

Tenía 28 años.

¿Alguna vez se cuestionó esa parte de su identidad, que le gustaran las mujeres?

No, cuando yo me di cuenta de que todos los días me arreglaba de una manera –tenía 28 años cuando aquello, yo estaba recién llegada de Cuba–, y ponía un esfuerzo tremendo para ir a aquella fábrica, a sentarme a contar unas etiquetas, que es lo que hacíamos la otra y yo, un día me paré frente al espejo y me pregunté ¿para quién yo me estoy arreglando? Y de verdad me dije: es para Irma, y me dio mucho miedo y me dije ¿qué es esto?

Entonces pasé días preguntándome ¿me gustaría que se me acercara, besarla? Y me convencí de que no era esa la cosa, era que teníamos tantos problemas que nos habíamos unido en una amistad tremenda.

Nos sentábamos por la tarde cuando salíamos de trabajar en un parque, una o dos horas, solo para estar juntas. Después eso pasó, yo me mudé, me divorcié, salí con unos cuantos hombres y luego un día, una muchacha, más joven que yo, se enamoró de mí. Éramos una locura, pero ahí yo no tuve ningún problema ni siquiera con mis hijos.

¿Siempre se ha sido franca en ese sentido?

Pero no me senté y les dije: “miren, yo soy lesbiana”. Entre nosotros todo siempre ha fluido. Yo digo que hice con ellos un convenio tácito, sin hablar: “Si ustedes me traen aquí un elefante, yo le celebro la trompa y si yo traigo una jirafa celébrenle el pescuezo”.

¿De dónde vienen las historias que cuenta?

El crítico australiano Brian Boyle dice que sabemos muy poco sobre dónde se originan las historias y realmente yo creo que es muy importante saber dónde se originan las historias.

“Como en la cárcel”, está dedicado a Margarita Drago, una amiga y colega mía, que estuvo presa. Ella siempre que pasaba algo, por ejemplo, estábamos esperando comida para un evento y yo decía: ¡ahí viene la comida!, ella decía: “¡Ah! ¡Has dicho como en la cárcel!”.

Hay muchas cosas que no tienen ninguna repercusión para que después yo me ponga a escribir sobre eso, pero nada más esa frase “como en la cárcel” fue el origen de esa historia. También por ella yo conocía la historia de la mujer que se enamora de la otra en la cárcel. Lo demás, la felicidad, es puesta por mí, o sea, la esencia del cuento, lo que finalmente dice el cuento, eso es puesto por mí, por mi imaginación y por mis sentimientos.

A mí me llama mucho la atención cómo la gente no se da cuenta, y no solamente no se dan cuenta sino que cuando lo que les produjo felicidad está en contradicción con lo que son las normas sociales, con lo que puede ser la familia… ¡se lo niegan! No solamente es que te lo niegas, a mí me gusta lo que habla Judith Butler de que cuando un sentimiento no lo puedes sentir, si no te das permiso para sentirlo pues dices que no lo sientes. Y es verdad que no lo sientes.

Una sexóloga que es amiga mía, me habló de alguien que tiene unas fantasías lesbianas, con una mujer. Y me dice: “¡pero no, no, Sonia, ella dice que jamás en la vida le ha gustado una mujer!”. Tú me puedes discutir pero por supuesto que está ahí, si no ¿de dónde salen los sueños? ¿De dónde le sale el sueño? ¡Qué cosa!

Arthur Miller decía que el trabajo del artista es recordarle a la gente lo que ha escogido olvidar. Lo más bello que yo encuentro en la vida es ver tantas cosas que la gente no ve o no se imagina. Eso son “Las historias prohibidas de Marta Veneranda”: el Rodolfo que no entiende por qué se ha acostado con aquella mujer que tenía un olor tan espantosa o la primera [mujer] cuando se da cuenta de que se enamora de la prima y ella no entiende por qué.

Siempre hay un germen. El personaje de Simona, en “Todo empezó un día de agua”, como le conté a la escritora Dominique Gay-Silvestre, [está inspirado en] un testimonio que ella hizo de un muchacho en Monterrey, en México, el libro se llama: “Laura/Raúl. Como el hombre que soy”.

Ese personaje existe y espero que esté bien. Es un hombre que nació niña. Es muy bueno el testimonio porque ella logró de una manera tremenda “quitarse”, que es un problema con las entrevistas, y está él, hablando de una manera muy espontánea.

Más que lo que he visto o me han contado, lo que más me ha impresionado ha sido ese testimonio de ese ser humano porque él creció, se operó, no se hizo pene, pero se quitó los senos y se hizo una histerectomía y enterró el útero, con toda una ceremonia.

En algún momento determinado él dice y ahí es donde surge todo: “si a mí me hubieran permitido de niña, vestirme de varón, me hubieran dado un nombre de varón, yo no me opero porque al final muchas veces el cuerpo viene sobrando”. Y yo dije que una cosa como esa no la había oído nunca.

No sé de dónde me salen los personajes. Yo no escribo con notas, a mí se me ocurre un tema: siempre es un tema, incluso aunque los personajes son tan fuertes siempre van en función del tema.

Por ejemplo, “El octavo pliegue” es sobre la libertad de las mujeres, el derecho de las mujeres a escoger. Muchas veces la gente se fija en la cuestión del cuerpo y la sexualidad, pero lo que yo busco siempre, más que la cuestión del cuerpo, del placer, es lo que eso representa.

¿Cree que sus libros ayudan o son referentes para las mujeres que los leen?

Yo creo mucho en lo que dice Raimon Panikkar, un sacerdote hindú, una especie de gurú. Él dice que nosotros realmente podemos enseñarle muy poco a los otros, pero podemos aprender mucho de los demás, es una cosa muy simple.

Esa pregunta que le hacen a los escritores de por qué escriben, ¡nadie sabe por qué escribe! Cortázar decía que las historias le habían caído como cocos en la cabeza, eso es lo más cercano. Las cosas te caen como cocos en la cabeza y tú las dices. ¡Es fabuloso!

Yo no me lo propuse, pero lo más importante que yo he oído de los libros míos es que, no cien, pero tampoco tres personas, dicen que el libro les cambió la vida. ¡Eso sí que me parece lo más extraordinario que puedas hacer! ¿Verdad? En un ser humano.

Bueno, hay una cosa que en la que yo quiero ayudar, claro, aunque una nunca sabe si está ayudando o no, a lo mejor a una persona le hundiste la vida porque no quería eso y se dio cuenta de algo que no le gusta ¡tú qué sabes! Pero mi intención es la libertad, la felicidad humana, que la gente tenga la libertad. Yo escribo. Yo escribo las historias como las siento, como están y después, mira… ¡una nunca sabe!


Libros de Sonia Rivera Valdés:

Las historias prohibidas de Marta Veneranda (1997)

Historias de mujeres grandes y chiquitas (2003)

Rosas de abolengo (2011)

Cuéntame una historia. Ocho que pueden ser novela (2019)

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