Este es un texto que llega tarde. Suele suceder cuando pensamos que tenemos todo el tiempo del mundo para decirle a las personas lo que sentimos, cuánto las queremos. Pero lo cierto es que no hay nada más limitado en esta vida que el tiempo, y a veces cometemos el error tremendo de dejarlo pasar sin que las palabras de cariño lleguen hasta quienes las inspiran.
Me acaban de dar la noticia de que Ileana falleció y yo no sé qué sentir o qué pensar, solo se me ocurre que este texto debió llegarle mientras vivía, para que supiera que a pesar de las discusiones y los desencuentros, siempre la admiré profundamente como profesional, como mujer y como ser humano.
La verdad ya no recuerdo cómo fue que nos conocimos, seguramente en un espacio de cine. Ileana soñaba, respiraba y vivía por el cine. “Por el buen cine”, diría ella, “¡por el mejor cine!”. Por eso en su presencia nadie podía hablar mal de Fernando Pérez o de Isabel Coixet.
Una parte enorme de mi amor por el cine se lo debo a Ileana, quien no solo me abrió los ojos al cine de autor y experimental, sino al cine queer o de temática queer, en una época en la que yo estaba llena de preguntas, durante los primeros años en la universidad.
Quizás no fueron solo las películas las que nos unieron. Estoy convencida de que no fue solo el arte. Solo siendo ella misma, como mujer lesbiana que era, tenía respuestas para mí, aunque nunca hablamos de su sexualidad hasta que ya estuve lejos, en La Habana, y comprometida por completo en un proyecto como Q de Cuir.
Por aquellos años en que estuvimos más cerca, yo pensaba que mi carrera sería como crítica de cine, y al parecer ella también lo pensaba porque me aceptó como una especie de pupila. Eso significó que se abrieron para mí el banco de películas del Centro Provincial de Cine de Villa Clara, su propio disco duro llenito de filmes raros y las tardes más exquisitas conversando sobre crítica cinematográfica en el Café Literario de Santa Clara.
Incluso me invitó a trabajar con ella en Profilms, un evento sobre la promoción de cine, o a participar en el Festival de Invierno con una crítica sobre la película peruana La teta asustada, que ella me animó a que escribiera. Esos fueron espacios maravillosos, donde conocí a personas que la admiraban y querían como Gustavo Arcos y Ariagna Fajardo, de la Televisión Serrana que ella adoraba.
Pero de los espacios a los que me invitó, Segunda Piel fue el que más disfruté de todos. Para quienes no son de Santa Clara, o no conocieron a Ileana Margarita Rodríguez, “la crítica”, Segunda Piel fue un espacio que ella creó y mantuvo durante más de seis años para hablar de sexualidad y erotismo, especialmente de historias queer.
Un día me pidió que presentara la película Eclipse total, sobre el desgarrador romance entre los poetas Rimbaud y Paul Verlaine. “Tienes que probarte”, me decía Ileana, “Si esto es lo que quieres en la vida tienes que arriesgarte”. Estoy segura de que lo hice mal y con miedo, pero ella me felicitó como si hubiera defendido la tesis.
Me pidió luego que presentara La vida de Adele, y ese capítulo nos separó creo que durante años. Yo me negué porque la película retrataba de manera precisa cómo fue mi primera historia de amor con una mujer y yo no podía verla sin llorar, pero nunca se lo expliqué, solo le dije que prefería no hacerlo.
Al día siguiente me mandó un correo donde me decía que estaba decepcionada de mí, que le dolía mi cobardía y mi homofobia. Yo me ofendí tanto con su reacción que nunca le contesté y después vino un silencio que solo se rompió definitivamente cuando le conté que estaba haciendo una revista, desde y para las personas LGBTIQ, en la que ella, por cierto, publicó apenas un artículo porque el tiempo es así, que a veces no da chance para más.

La última vez que conversamos Ileana estaba enamorada de una santaclareña hermosa, de la que no podía hablar sin ponerse nerviosa. “¡No te imaginas la lucha que tengo dentro! -me dijo mientras reía- Soy solitaria y muy intimista, no sé cómo te estoy confesando estas cosas”.
Al final yo no paraba de insistirle en que se lo dijera y ella, tan lanzada para casi todo en la vida, se despidió diciendo: “Es que soy una romántica y los románticos perseguimos el imposible”.
Nunca más le pregunté y solo nos volvimos a cruzar en una calle de Santa Clara, casi irreconocibles con los nasobucos, hace apenas dos meses. Espero que se haya lanzado, que al final le ganara la pasión, como siempre le pasó con el cine.
Deja una respuesta