Mi Cayito: una playa con dos banderas

Foto de portada por Hellen Valdés

Mi Cayito no es una de las playas más lindas de Habana del Este y en realidad es difícil llegar si no vas en carro, sin embargo es una de las más conocidas y cada fin de semana el pequeño trozo de costa se llena de cientos de personas que ya la conocen como la única playa gay de Cuba, y la prefieren.

Aunque me encanta el mar, nunca había estado en Mi Cayito y las historias que escuchaba sobre el lugar me producían honestamente una mezcla de deseos de ir y un poco de temor de lo que encontraría por varias razones.

Varias amigas me comentaron que lo de “playa gay” le quedaba perfecto porque a pesar de ser para toda la comunidad, al espacio van muchos más hombres que mujeres, lo cual, por otro lado, no es una sorpresa, y se repite en otros escenarios como los bares “abiertos”.

Había escuchado sobre la híper-sexualización de la playa, que en los días topes como los fines de semana parece más una pasarela de cuerpos tonificados y calientes –a veces por el sol-, un mercado de fluidos, un carnaval de instintos muchas veces contenidos durante la semana y que se desbordan libres sobre la arena, bajo el agua y entre las dunas.

Entre las referencias también supe que gracias al marketing como la única playa exclusiva para la comunidad LGBTIQ+ en Cuba, al sitio van muchísimas personas que visitan la isla y no quieren perderse la versión socialista–caribeña de la liberación sexual, algunas de las cuales no satisfechas con mirar pagan por una experiencia más profunda.

Luis, un amigo gay de 30 años, me explicó que últimamente el lugar sube tanto de tono que los fines de semana parece más un sitio de encuentro que de disfrute para amistades y parejas, y que la presencia cada vez más creciente del turismo ha transformado de manera radical las dinámicas del sitio.

Me contaron además que a ambos lados de Mi Cayito “la vida sigue igual”, como la canción de Julio Iglesias, como si esa franja de mar fuera una grieta en el espacio a la que nadie entra por error y en la que se combinan dos sensaciones contradictorias: puedes sentir lo mismo que estás llegando a casa como al destierro.

En realidad, ahora que ya estuve allí puedo decir que hay algo en la reacción de la gente cuando una busca instrucciones para llegar hasta esa playa, en la mirada de los dependientes de los quioscos que te ven pasar de la mano de tu pareja rumbo a Mi Cayito, en el lenguaje corporal de les policías que circulan por la arena, que te recuerda de sopetón el estigma que todavía rodea a nuestros colectivos y cualquier espacio que tomemos para nosotres.

De hecho, desde hace unos días circula por Facebook la denuncia del joven Eugenio Gonzalez, que fue víctima del maltrato y la humillación por parte de un oficial de la policía solo porque salía de la playa con sus amigos.

Según me dijeron varias personas con las que conversé allí, la situación es frecuente y muches no se atreven a denunciar a la misma estructura que en última instancia se encarga de procesar el reclamo. Sin embargo, el silencio ayuda a que quienes cometen estos actos homo-lesbo-transfóbicos queden impunes, por lo que denunciarlos no es más una opción sino un deber.

Mi Cayito es una de las playas más conocidas de Habana del Este y cada fin de semana el pequeño trozo de costa se llena de cientos de personas que ya la conocen como la única playa gay de Cuba y la prefieren / Foto cortesía de Rodrigo Pérez

A pesar de que fui un lunes, en Mi Cayito encontré casi todas las cosas que me habían descrito, y sentí otras que nadie hubiera podido explicarme. En lo personal, puedo decir que ver ondeando encima de una duna la bandera cubana y la del arcoíris me emocionó profundamente, una reacción que entre sus diversos motivos tiene sin dudas como primera causa el orgullo.

Quizás para muchas personas un espacio como este sea una segmentación innecesaria y con ese criterio en mente le pregunté a dos muchachas que antes vi besarse en el agua por qué venían hasta este sitio.

Las opiniones sobre Mi Cayito son divididas, hay personas que la adoran, algunas después de conocerla prefieren irse a otros espacios aunque las aguas sean menos “diversas”, pero todes coinciden en que es un espacio de libertad.

Iraida, de 31 años, me dice que le gusta porque ahí se siente plena y puede hacer lo que quiere: puede besar y tocar a su pareja. “Este es uno de los lugares donde venimos a sentirnos bien, al contrario de la calle e incluso otras playas, en donde no podemos hacer estas cosas sin que nos miren mal a pesar de que nuestro amor es tan normal como el del resto de las personas”.

Quienes han sufrido el peso de los prejuicios en casi todos los contextos, conocen también el valor de un lugar como este en el que nadie se cuestiona que le apliques protector solar a tu pareja, que dos muchachos entren al agua de la mano, que unas novias compartan la tumbona abrazadas o que se besen sin temor a la condena de unos ojos indiscretos.

Quienes han sufrido el peso de los prejuicios en casi todos los escenarios sociales, conocen también el valor de un lugar como Mi Cayito / Foto cortesía de Liz

Mi Cayito es el producto de la necesidad de un espacio seguro para las personas LGBTIQ+, de la ausencia de protección efectiva contra la discriminación cultural y estructural que sufrimos en otros contextos y de uno de los deseos más humanos que todes compartimos: ser felices en libertad.

Creo que el error estaría en conformarnos con este cuando en realidad todos nos pertenecen, pero en lo que la lucha avanza y nuestros derechos se materializan en acciones concretas de inclusión y respeto, tampoco está de más disfrutar de un lugar que en definitivas forma parte del proceso de reconocimiento y visibilidad que ha ido ganando la comunidad LGBTIQ+ en nuestro país.

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