Por Yuliet Teresa VP
Foto por Iracema Díaz Paz
Ser mujer negra y lesbiana, con toda la carga que esto conlleva, es difícil, porque nuestra sociedad patriarcal, racista y lesbofóbica no nos perdona ser quienes somos.
La sociedad te obliga a ser y actuar de una manera. Conozco historias cercanas que son dolorosas. La forma en la que el racismo te hiere y te descoloca es brutal.
Recuerdo una noche de apagón, en 2001 cuando tenía ocho años, y estábamos la familia reunida alrededor de las velas. Parecía hasta un momento místico. Mi hermana, que es mayor que yo por unos 10 años, en forma de chiste unió sus manos para pedir algo a la luz. Estas fueron sus palabras: “Señor, solo te pido una cosa. No quiero ser negra ni tortillera”.
Sabrá ese mismo “Señor de la plegaria” por cuántas experiencias de racismo mi hermana pasó y por eso hacía chistes sobre lo que ella pensaba que era malo. Esto marcó mi vida para bien y para mal, y no fue hasta hace unos días que ese recuerdo vino a mí.
El racismo estructural ha sido el responsable de muchas de mis lágrimas, sobre todo a la hora de relacionarme con otras mujeres, porque aunque las mujeres negras, en la mayoría de los casos, hemos sido vistas como objeto de deseo, en el caso de las mujeres negras y lesbianas se nos considera como “algo malo”.
Recuerdo a la muchacha con quien descubrí que era lesbiana. Era una mujer blanca. Era mi amiga de la infancia, de la primaria, de la secundaria, del pre, de la iglesia y empezaba a descubrirme desde el orgullo de compartir mi sexualidad con otra mujer.
Sí. Fue la primera muchacha en mi vida. La primera de la que me “enamoré”. También fue la primera desilusión. Cuando ya casi todo estaba dicho entre nosotras y hasta parecíamos dos tortolitas, su padre un buen día le dijo: “esa negrita pelúa amiga tuya que no venga más a la casa. Yo no soy racista. Tengo amigos negros, pero los quiero de lejos”.
— Nótese que por aquel entonces ya usaba el espendrún. Me gustaba lucir mis atributos de negra — .
Cuando me contó las palabras de aquel cromañón que era su padre, supuse que armaríamos un plan para enfrentarlo, pero la historia no tuvo términos felices. Ella sucumbió a la presión de la sociedad blanca que dicta que “blanco con blanco y negro con negro”.
Luego, en la Universidad, una profesora muy joven, también blanca, intentó ligar conmigo. Nos llevábamos bien. Teníamos los mismos gustos por la lectura y por la música.
Eso sucedió hasta que soltó un “qué lástima que eres negra, con lo inteligente que tú eres”. Esa fue la primera ocasión que tuve el valor de rebatirle a alguien. Creo que a partir de ahí le rebato a todes les cuestionadores y prejuicioses.
“Qué lástima que seas tan racista”, dije, le di la espalda y me fui. No la volví a ver –la Ruah, que sabe de mis genios, evitó males mayores–, pero el amargor que me dejó bastó para ser radical.
Desde ese momento y hasta ahora mi filtro para ligar con muchachas giró 180 grados. Empezaron a ser muy importante otras actitudes más allá de la preocupación por cultivar el intelecto o tener ciertas afinidades. Para mí no solo es importante que la persona no sea racista, sino antirracista, como leí hace poco, no-machista sino feminista, no solamente homosexual o bisexual sino abiertamente fuera del clóset y así la lista de “cosas con las que jamás conviviré” en una relación.
Hasta ahora he contado mi experiencia “amorosa” con muchachas blancas. Pero, ¿cómo han sido mis relaciones con muchachas negras? La negra más orgullosamente negra que he conocido me dice un día: “Yuliet, me gustas”. “Resuelto, tú a mí también”, respondo.
Luego de varios meses juntas me comenta: “Una de las tantas razones por las que estoy contigo es porque eres igual que yo. Tienes bemba, pelo, nariz, ojos igual que los míos”.
A estas alturas puedo comprenderla. Vivir en la Universidad donde la mayoría de les estudiantes son blancxs, salvo algunes extranjerxs, donde les profesorxs son blancxs, donde les trabajadorxs de oficina son blancxs, donde hasta les héroes/heroínas e investigadorxs son blancxs y encontrarse cuasi-sola es apabullante.
Ser mujer negra y lesbiana es una bendición, sí. Y lo es más cuando decides imponer, romper, agraviar, infringir, denunciar la cultura blanca cis-heteronormativa tan cruel y redireccionas tu identidad hacia la verdadera soberanía.
No es hasta que tomas conciencia de saber re-presentarte desde lo negro que comienzas a deconstruirte de esos imaginarios y prácticas colonizadoras para encontrar tu esencia, tu historia, tu orgullo.
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