Ilustración por Irian Carballosa
Cuando chiquita pensaba que todo el mundo era heterosexual. No exactamente “heterosexual”… nunca escuché el término, pero pensaba que la sexualidad era lo que fuera que hacían mi mamá y mi papá en su cuarto, obviamente por la noche, y que algunas veces resultaba en niñes, como mi hermano y yo.
Parecía que todo estaba dicho, aunque nadie me decía nunca nada. Por lo que veía en la TV, los cuentos infantiles, la escuela, les vecines, asumía que ese era el único diseño posible. Siendo así, yo no sé cómo, durante un tiempo, uno de los “juegos” del piquete del barrio fue correr como una jauría por delante de casa de Eutimio y gritarle, a coro y a todo pulmón: “¡A la lucha, a la lucha, que somos muchas!”.
No entendía exactamente qué significaba, pero estaba claro que queríamos insultarlo y que pensábamos que teníamos licencia para hacerlo, porque Eutimio no era igual que todo el mundo, no era “normal”. Además, si salía a enfrentarnos, perdería, porque nosotres éramos parte de ese “todo el mundo”, nosotres éramos más.
Les niñes, dicen, son como esponjas, y por desgracia siempre hay adultxs predicando el odio y la intolerancia que elles absorben sin que medie ninguna reflexión. Palabras como “pájaro” y “maricón” y “cherna” y “yegua” llegaron muy rápido a sustituir las lagunas de conocimiento que tenía respecto a la sexualidad, y a los motivos por los que nos burlábamos de la gente como Eutimio.
Ya entendía que valía todo contra esos maricones que no tenían sexo “como tenía que ser”. Sin embargo, que todo el mundo era igual, menos dos o tres dispersos como Eutimio, y que a la vez les gritáramos que eran “muchas”, no me generó disonancia en ese tiempo. Obviamente, junto con los prejuicios aprendíamos la irreflexividad y la hipocresía. Ya dije que éramos una jauría que se dedicaba a hacer cosas de jauría.
Con el tiempo se fueron colando algunos ruidos en esa historia en la que una supuesta mayoría tenía el derecho de castigar a una supuesta minoría desviada, que además parecía que, de tan poquita, casi no existía. Siendo más precisa, quizás no fue el tiempo lo que me ayudó, sino la propia situación en mi casa.
El cambio de actitud vino cuando empecé a sentir la rabia con el “habla como los hombres” o “camina como los hombres” que mi papá le exigía a mi hermano a cada rato. Vaya, que finalmente empecé a atar cabos y a pensar en qué era lo que tanto temía mi papá, y si al final lo que le hacía a mi hermano –que ya a estas alturas se fundía con la pared cuando él llegaba del trabajo y si debía caminar donde él lo viera lo hacía como un robot al que se le estuviera acabando la cuerda– no se parecía demasiado a lo que le hacíamos a Eutimio, por razones que se parecían demasiado también.
Dicen que a quien no quiere caldo se le dan tres tazas, y en mi familia repartieron con generosidad el caldito cuir, porque unos años después estábamos mi hermano y yo marchando en cada Conga del Cenesex con nuestras banderas arcoíris. Se acabó el correr en jauría, ahora volamos en bandada.
En las Congas marchamos como una minoría y no porque fuéramos poca gente, sino porque pertenecemos a una categoría que nuestra cultura hegemónica de desprecio y castigo a todas las disidencias del molde cis-hetero- sexual, ha instaurado para invisibilzar y marginar. Cuando nos llaman “minoría” significa, sobre todo, que hay derechos que no se nos reconocen y que sufrimos vulneraciones a raíz de nuestra sexualidad e identidad de género. Similar a como sucede con las mujeres cis, por ejemplo, a quienes se ha tratado de minorías a la vez que, en general, las entendemos como «la mitad de la humanidad».
Siendo sincera, yo creo que, si comenzamos a contar a toda la gente que piensa en la sexualidad como algo más que aparearse, a toda la gente que no se traga el cuento del binarismo de género con final feliz, a cada persona que sabe que el amor romántico es una estafa peligrosa y a toda la gente que está harta de escucharle la muela al conservadurismo rancio que se predica más que el amor, nos damos cuenta de quiénes son cada vez menos.
Dicen también que cuando te tocan lo tuyo es cuando te duele. Ojalá me hubiera dolido la discriminación aunque mi hermano no sufriera la homofobia en nuestra casa, para no haber violentado a Eutimio yo misma bajo la mirada complaciente del barrio, y no haber contribuido a esa cara de sufrimiento que le recuerda mi hermano.
«Qué recuerdas de Eutimio, porque nunca más lo he visto”, le pregunté hace unos días.
“La verdad no mucho. Era solitario, nunca lo vi con nadie, ni amigos. Recuerdo las cosas que le gritábamos, y su cara, su cara de sufrimiento”, responde.
“Le gritábamos ‘a la lucha que somos muchas’”, le digo.
Responde con un parco y avergonzado: “Sí”. Luego añade: “Al final todo eso evoluciona. No hay manual ni educación. A mí eso de Eutimio, después cuando lo veía por ahí, me daba cosa. Y tu padre (es el padre de ambxs, pero no cuando hace algo malo) se refiere a él en términos de lástima, casi como si no fuera humano, sino una cosa, un perrito al que se le puede tener lástima”.
“Yo nunca más lo he visto y me da una pena tan grande, creo que por eso lo recuerdo, por los remordimientos. Cuando pase el coronavirus y vaya por allá, quiero pedirle perdón”, comento yo.
“Sería bueno, podemos hacerlo juntos”, responde finalmente él.
Es una conversación sobre un recuerdo que avergüenza y pesa en el corazón, pero que nos hacía falta a quienes hoy somos dos adultes orgullosamente parte de la gente LGBTIQ+. Salirse del molde heterosexual en nuestra sociedad, como lo hicieron Eutimio y mi hermano, y como luego lo hice yo, implica exponerse a violencias, pero la cambiamos por resistencia.
Yo nunca más supe de Eutimio, no me atrevía a pensar demasiado en él, hasta ahora. Lo recordaba caminando que se partía por el medio de la calle, con sus shorts cortos y sus pulovitos ajustados. No recordaba su cara sufrida, probablemente porque no quería, porque volver a esas memorias ajustando una expresión de tristeza a su cara, es duro, pero lo hago y le agradezco su valor.
Quizás les cuente de cuando nos encontremos con él y le pidamos perdón, y le digamos que, aunque parecía que no, porque nos hicieron menos y nos quisieron convertir en excepciones aisladas, la gente LGBTIQ+ sí estamos aquí y en todas partes. Le diremos que somos muchas, que le agradecemos y que está claro que seguiremos dando lucha.
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