A poco más de un mes de aprobado el nuevo Código de las Familias, hemos visto con alegría cómo muchas parejas en diferentes provincias han legalizado finalmente sus uniones a través del matrimonio. Tenemos la seguridad de que en el curso de los próximos meses ese número seguirá creciendo y que con la cotidianidad, un acto tan sencillo pero tan demandado, irá perdiendo la novedad para asentarse en el ritmo natural de la vida legal del país.
El resultado del referendo –que nunca debió realizarse–, es el producto de todas las personas que votaron “Sí” el 25 de septiembre. El reconocimiento y la garantía de un derecho humano debería ser motivo de orgullo de las sociedades en su conjunto, tanto como su victoria, pues con el nuevo Código no solo ganamos los colectivos LGBTIQ+ sino todas las personas que aspiran a una Cuba más justa, más humana.
De acuerdo al reporte del Consejo Electoral Nacional, en TODAS las provincias del país ganó el “Sí”, e incluso en el caso de Holguín (53.58% a favor vs. 46.42% en contra) y Guantánamo (56.21% vs. 43.79%), donde ese resultado estuvo más reñido, los resultados muestran que la mayoría de la población que votó respaldó el documento. En el resto de las provincias el Código fue aprobado con más del 60% de los votos válidos, siendo Cienfuegos la provincia con el mayor porcentaje de aprobación, con un 72.15%.
Para las personas que no se ajustan a la cis-heteronorma, la nueva ley abre un episodio lleno de posibilidades por el que hemos luchado intensamente durante años.
El 5 de octubre, a través de la página de Facebook EntreDiversidades, conocimos –al menos públicamente– del primer matrimonio entre dos jóvenes, Alberto y José, en la ciudad de Manzanillo, en Granma, para quienes casarse significó “lograr un sueño acariciado por años.”
Como era de suponer, a esta noticia le siguieron varios reportes de limitaciones en diferentes lugares para el acceso al matrimonio, como los que mencionan algunos comentarios a un post del jurista Manuel Vazquez Seijido, en el que ratifica que “cualquier negativa por parte de notarixs o registradorxs del estado civil a formalizar matrimonios o inscribir uniones es una violación de los derechos de las personas.”
Un usuario reportó que en la notaría del Municipio Regla, de La Habana, dijeron que no habían “recibido el curso correspondiente para estos trámites”, y otro aseguró que en el Palacio de los Matrimonio de Guantánamo existía “desconocimiento de esta nueva ley”.
El Ministerio de Justicia habilitó correos electrónicos para responder cualquier pregunta y “obtener elementos importantes para entender las novedades legales” que trajo el Código.

No hemos encontrado más reportes de este tipo en redes sociales, aunque el 27 de octubre el activista matancero Adiel González Maimó llamó la atención en Facebook sobre irregularidades encontradas en su propio certificado de matrimonio, celebrado días antes, que aún establecía “el contrayente” y “la contrayente”. Unos días después informó en la misma red que el error fue solucionado.
Según Olga Lidia Pérez Díaz, directora general de Notarías y Registros Públicos, en el artículo Código de las Familias: Mes #1, publicado en el periódico Trabajadores del 29 de octubre, los matrimonios “se han disparado durante el mes de octubre con unos 3 mil 300 matrimonios, de ellos 75 entre personas del mismo género, que representan un 2.27% del total”.
La actualización del Código, que sometió el matrimonio igualitario y otros derechos referidos a las familias a referendo popular, involucró sin dudas emociones muy fuertes. Para muches fue el momento de entender que hay personas cercanas que no están dispuestas a crecer, e incluso cortar algunas de esas relaciones. Significó también la decepción de descubrir que no todes les amigues te consideran una persona con derecho a amar y formar familia.
Este proceso también sacó a la luz la noción de derechos humanos que tienen muches activistas, que llamaron a no votar o votar “No” por el Código, bajo la premisa de que la prioridad era un cambio de sistema político en Cuba y que las personas LGBTIQ+ debíamos “esperar” por ese cambio para reclamar y disfrutar nuestros derechos.
Durante los meses que tomó el proceso de actualización, enfrentamos la expresión magnificada y contextualizada de la misma discriminación de siempre, unas veces de modo solapado –“yo estoy a favor de sus derechos, pero los derechos no se plebiscitan, yo no me presto para eso”, o “yo quisiera apoyarles, pero pesa más estar en contra de la dictadura, así que voto ‘No’”–, y otras veces de modo abierto, con los argumentos tradicionales que nos clasifican, junto con el Código, como “aberraciones”.
Pero ese mismo proceso también trajo escenarios muy felices: mucha gente reafirmó su apoyo, otra logró superar sus prejuicios, otra trabajó activamente en educar, explicar, y defender la justicia implícita en el Código, y en su capacidad para respaldar nuestra dignidad y nuestra felicidad.
A la aprobación del Código de las Familias le siguió el ciclón Ian, que devastó Pinar del Río. También le siguió la agudización en todo el país de los cortes de electricidad y de agua, una nueva oleada de protestas en las calles, y más encarcelaciones por ejercer el derecho a protestar.
En medio de esas penurias, la felicidad por el “Sí” se sintió de forma breve, o atenuada para muches; sin embargo, cuando las imágenes de parejas casándose en distintos lugares de Cuba comenzaron a aparecer en redes sociales, recordamos las razones por las que pensamos, nos reunimos, escribimos, preparamos eventos y talleres. Las razones por las que nos pronunciamos en todas las plataformas que pudimos alcanzar.
También recordamos porqué tomamos las calles de muchos modos todos estos años, porqué estudiamos e investigamos, discutimos y debatimos incluso a costa de nuestra salud mental, porqué nos pronunciamos o declaramos a riesgo de ser criminalizades por el gobierno, porqué amamos, creamos espacios de apoyo, y nos tomamos de la mano en la calle.
Lo hicimos porque queremos vivir vidas plenas, porque el matrimonio igualitario se trata de mucho más que solo casarnos o asimilarnos a la cultura patriarcal. Se trata de tener las mismas oportunidades y de ser reconocides como seres humanos al igual que el resto de las personas.
Con la certeza de que queda mucho por lo que seguir trabajando, en especial una Ley de Identidad de Género que garantice el reconocimiento de la identidad de las personas trans, tal como ya ocurre con las personas cis, los activismos tenemos que articularnos con nuevas fuerzas. Esas nuevas fuerzas vienen de la felicidad por lo logrado, y es una felicidad que toca celebrar.
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Ilustración por Irian Carballosa, con imágenes tomadas de la página de Facebook Entrediversidades Cuba y el artículo «Pareja de activistas evangélicos protagoniza matrimonio igualitario en Cuba», publicado en france24.com.
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