El mundo no es tan gris

“ARREPIÉNTANSE, ARREPIÉNTANSE, ARREPIÉNTANSE” parece gritarme desde sus comentarios en Facebook una cristiana evangélica de Bayamo. Mucho de eso recibimos mi espose y yo en cada una de las publicaciones en las que se reseñó nuestra boda en la Iglesia de la Comunidad Metropolitana (ICM) de Matanzas, pero no es ese odio lo que quiero resaltar aquí. Que el fundamentalismo cristiano pusiera el grito en el cielo por lo que para nosotres fue una experiencia inolvidable era lo esperado.

Nere y yo queríamos casarnos. Habíamos decidido también que lo haríamos en ICM, quedara aprobado el nuevo Código de las Familias o no, aunque no había nada definido. Era uno de esos deseos sin fecha concreta, sin planificar. Elaine Saralegui, líder de ICM y amiga nuestra, lo sabía. Una tarde de agosto, en medio de la más común de las visitas a su casa, nos preguntó: “¿por qué no se casan ahora en septiembre antes del referendo?” Y así comenzó la aventura.

Esa misma tarde lo pensamos todo. Siendo activistas, la boda tenía que ser un acto político, así que se escogió el fin de semana antes del referendo por el nuevo Código. La agencia de noticias CNN ya había dicho que estaría. Sin embargo, faltaba mucho por precisar. 

A diez días de casarnos, no teníamos nada en nuestras manos y yo estaba saliendo del dengue. Diría que fue un milagro que lográramos hacerlo, pero no lo fue. A menos que consideren que tener una familia y amigues que te apoyen es un milagro.

Llegó el sábado 17 de septiembre, la fecha señalada. Entre nervios, lluvias y gestiones, pasó la mañana. No sé si existe alguna superstición sobre bodas bajo lluvia, pero en esta, hasta el cake se trasladó bajo un aguacero. En esas mismas condiciones salimos vestides desde casa hasta la iglesia poco después de mediodía. La ceremonia era a las 4 de la tarde, pero nos esperaban la maquillista y el fotógrafo. Les invitades comenzaban a llegar.

Luego, sesión de maquillaje, sesión de fotos, entrevista con la CNN, apuntalar las muñequitas del cake que se cayeron arrastrando parte del decorado, recibir a les amigues que llegaban…

Éramos ya dos manojos de nervios cuando Elaine reunió a todas las personas que participarían en la ceremonia para repasar el guion antes de comenzar. Juro que oí todo lo que dijo, pero no la escuché.

Cada cual tomó su puesto y comenzamos.

Esperé en el altar a una tambaleante Nere que venía del brazo de su madre. Le tomé de las manos al llegar a mí. Se notaba el esfuerzo que hacía para dominar el ataque de pánico en el que estaba. Miré directo a sus ojos y le dije: “Respira suave. Controla la respiración. Te amo.”

Fotos cortesía de Dennis Valdés Pilar

El resto de la liturgia transcurrió según lo planificado. Las emociones iban y venían. En algún momento de la ceremonia, fue Nere quien, ya calmada me miró a los ojos y me dijo: “mami, tengo hambre.”

Al final, las bendiciones de familia y amigues y la parte que no había sido anunciada a nadie, ni se había hecho antes: afuera de la iglesia nos esperaba un descapotable para dar un recorrido por la ciudad con una caravana de motos detrás, muchas banderas, mucho ruido y transmisión en vivo por Facebook. Pensamos que sería la parte más “escandalosa” de la boda, fue concebida para eso. Resultó ser lo más emotivo para todes.

Nos montamos en el descapotable rosado llevando una bandera arcoíris bajo la lluvia de arroz. Con nosotres iban una de las madrinas, Angela Laskmi, que transmitía en vivo, y nuestra amiga Amanda Comgar, que tomaba fotos. Varies invitades usaron sus motos o alquilaron algunas para formar la caravana que iría detrás del descapotable. Doblando la primera esquina, Amanda gritó: “¡mira al señor, mira al señor!” Estaba sentado en una silla en la acera, como acostumbran los matanceros en las tardes, y saludaba con una amplia sonrisa. El resto del recorrido fue así. Decenas de personas en las aceras saludando, gritando felicitaciones, niñes diciendo adiós con las manos. No percibimos ningún rechazo. Quizá algunas expresiones de asombro. No más.

Quienes participamos de esa experiencia hablaremos de ello toda la vida. Hubo quien se desmontó de la moto temblando de la emoción. Una amiga, lesbiana de años, de las que sufrió mucho cuando en este país ser visible era vivir en el ostracismo, pasó por su barrio con su moto en la caravana llevando detrás a otra amiga con una bandera. Nunca pensó que pudiera hacer algo como eso.

Fotos por Amanda Comgar

A la caravana en físico, siguió otra virtual. El recorrido fue transmitido desde más de tres perfiles en Facebook. La publicación de CiberCuba no tardó en aparecer y, con ella, los comentarios de la gente. El momento era totalmente propicio para que se viralizara la noticia y así sucedió. El equipo de amigas se activó para responder a los mensajes de odio dejados en cada publicación sobre la boda, en su mayoría de fundamentalistas cristianos.

Cuando se recibe tanto odio de un golpe por el simple hecho de casarte con la persona que amas, es fácil que ese sentimiento te inunde y el mundo te parezca un lugar más gris de lo que es en realidad. Nere estuvo días sin entrar a Facebook y sin querer saber del asunto. Yo tenía algo de “entrenamiento” y respondí algunos comentarios. Agradecí incluso que su homofobia nos viralizara. Para el tipo de activismo que hacemos, la visibilidad es buena. Tanta animadversión era, no obstante, abrumadora.

Conscientemente me impuse un ejercicio. Desplegué todos los comentarios de cada publicación y no solo los relevantes. Fui uno por uno. ¡Adivinen! Había más personas felicitándonos y enviándonos bendiciones, incluso defendiéndonos, que aquellas que nos amenazaban con la ira de Dios. La inmensa mayoría de esas personas eran desconocidas. Al revisar las reacciones a los posts, encontré que solo una quinta parte de ellas eran de desaprobación. 

Ayer un amigo de la infancia que todavía no se atreve a reconocer abiertamente su orientación sexual nos felicitaba y nos daba las gracias por ser tan valientes y me pregunté cuánto tenía que ver en su miedo el dejarse inundar por el odio o la desaprobación de otros. También ayer, 21 de octubre, nos casamos legalmente en un Registro Civil entre risas y anécdotas de las abogadas sobre otras bodas de gays o lesbianas. No fuimos las primeras en hacerlo después de la aprobación del Código, ni seremos las últimas. Las ceremonias entre parejas del mismo género se van haciendo más cotidianas, irrelevantes casi, y ¡qué bueno! Significa que cada día serán menos las personas que nos inviten a arrepentirnos por amar.

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